Sunday, February 25, 2007

Churrasquito


De pronto, a Valeria le pareció que Bruno tardaba demasiado en volver y se levantó de la cama para ir a buscarlo. Semidesnuda, salió del dormitorio, cruzó el living y entró en la cocina. Primero vio el humo gélido que salía de la puerta abierta del freezer y después a Bruno que aproximaba un manojo de fósforos encendidos a un churrasco congelado que se hallaba sobre la mesada. Cuando la vio llegar, apagó el manojo de un soplido y esbozó una sonrisa. Antes de que Valeria tuviera tiempo para preguntar algo, Bruno le dijo:
“ ¿Sabes lo que pasa? Lo que pasa es que antes que nada yo soy un tipo respetuoso de las decisiones del otro y sobre todo si se trata de una mujer como vos. Para mí es un principio inviolable. Si vos me decís que no podemos está todo bien, yo lo entiendo, créeme. ¿Qué puedo hacer? ¿Cuestionarte? ¿Hacer una escena? No da para eso Valeria, ya estamos grandes para caprichos de adolescentes. Vos sabes que yo soy un tipo con sus defectos pero también sabes que soy de tratar muy bien a los demás. Eso no me lo podés negar. Si vos me decís que no, yo a lo sumo te insisto una vez, dos como mucho y después ya no te molesto más. Si vos me decís que no podes, es que no podes y punto. Lo único que te pido es que me dejes descongelar este churrasquito. Porque ahora cuando se descongele y esté bien blandito lo voy a pegar con cinta scotch en los azulejos de la pared y lo voy chupar como si fuese una conchita bien jugosa, bien chorreada. Le voy a meter toda la lengua al churrasquito, me voy a cortar los pendejos de la chota y los voy a pegar con dulce de leche en el churrasquito hasta llegar al vómito. Me voy a babear, se me van a salir los mocos bien flácidos, ¿porque sabes que? Tengo antojo de conchita, tan simple como eso.
No te enojes Valeria, no pongas esa cara, lo único que estoy exigiendo, como marido y como ser humano, es respeto. En este país de mierda nadie respeta nada, pero yo quiero cambiar las cosas ¿sabes? Quiero dejar de protestar en mi casa para salir a decir lo que tengo que decir, pero en las calles, con el pueblo, por una patria socialista.
Ahora por ahí, vos me ves así y no entendes nada, pero tranquilízate, no pienso desperdiciar así la comida con la cantidad de pobres que hay ¿sabías vos que el cuarenta por ciento del país es indigente? No soy tan hijo de puta como para tirar el morfi, te doy la solución, después si querés lo hacemos a la plancha, pero ahora anda tejer, a lavar los platos o a mirar la novela que quiero comerme un coño como la gente, todo rojo y bien dócil a mi lengüita.
¡Ah, y si podes plánchame la camisa que mañana es lunes y tengo que ir a laburar!”

Monday, February 19, 2007

Quilpo


El agua es transparente, deja que se vea todo. Como si no estuviera, pero está.
Metés el pie y la sentís. La ves que choca suave contra las piedras, las moja y les matiza el color. Le escuchas, casi que no, el rumor, a veces, cuando apenas exhala una brisa que proviene de algún lado. La pensas como un espejo porque, efectivamente, refleja el cielo. Y así contemplas en el agua al cielo que tiene algunas nubes que no lo tapan al sol, porque el sol en enero se hace más poderoso, se sabe.
El agua está caliente, el sol le da el calor necesario para que esté así como está, caliente. El sol está tan lejos del agua, el agua está tan lejos del sol y sin embargo confluyen. Por eso digo que permite visualizar la totalidad. Podés ver lo que contiene, lo que cubre y lo que existe por encima de ella que se ve en la superficie y todo eso sin obturarte la visión de lo que contiene o lo que cubre. La transparencia te seduce con decir que es como si no estuviera y en realidad es todo lo contrario: el agua está ahí, conformando un río que se acomoda y transcurre en un continuado declive del terreno, el agua está, cuando la sentís, más que cualquier otra cosa, más que nada o que todo.
Cuando sumergís el cuerpo no te pasa del pecho y la vas removiendo, te hace ondas alrededor que se originan para enseguida interrumpirse, nacen y mueren al toque, salvo que te quedes quieto. Si lo dejas al cuerpo inmóvil entonces ahí si que tenés posibilidad de observar el proceso completo. Las ondas se expanden hasta desaparecer en la superficie que vuelve a ser completamente llana o casi. Es cuestión de quedarse así, parado, respirando a conciencia y esperando a que los pececitos se te acerquen al principio cautos y al rato confianzudos para succionarte la piel. Los mirás y parecen mojarras, son como grisáceos, con una línea negra que los recorre por arriba, de la cabeza a la cola. Lo que te hacen con sus pequeñas bocas es ínfimo, pero son tantos los pececitos que se siente en aumento el cosquilleo. Porque aparte es así, si la dejas estática a la parte del cuerpo sumergida en el agua, no paran de llegar y cuando llegan te hacen unas ventosas de a miles que te dan como cosa. Apenas te movés salen disparados porque perciben amenaza. A los peces les chupa un huevo quedar como cagones, si presienten algo malo salen despavoridos y está bien porque a la muerte no la quiere nadie. Ni su madre.
Chapoteas, nadas y casi que no vale la pena porque la corriente te va llevando a ritmo parsimonioso y es como pedalear en bajada, al pedo, porque para que vas a nadar si el agua del río mismo te traslada el cuerpo desnudo. Entonces cerrás los ojos, un poco por voluntad propia, un poco por el calor, un poco por la hora y te entregas a los caprichos del río. Flotas como una balsa de carne a la deriva e imaginas que visto desde afuera, así, tan pacífico en el agua, estás desnudo y estás hermoso. El agua te arrastra, te cobija y te pensas tan hermoso que derramas un poco de semen en agradecimiento. La sustancia blanquecina se hace más espesa al entrar en contacto con la tibia temperatura del agua y lo que sigue no lo podés comprobar, pero te gusta la idea del viboreo espermico, solitario en el río. De repente te reís al imaginar un pez atrapado en la masa pegajosa que hace un instante te salió del cuerpo. En una de esas traga y le gusta o por ahí se muere ahogado del lechazo. Y seguís elucubrando con los ojos cerrados y el agua te sigue llevando.
Cada tanto mirás un poco y tenes a tú alrededor, a lo sumo, cuatro cosas: el agua, el sol, el pasto y los cerros que todavía no hacen sombra. El tiempo deviene y sospechas que quizás no falta mucho para que esté de penumbras el río y todo lo demás. Entonces contradecís la persistente fuerza de la corriente y nadas hasta la orilla. Salís del agua, lento, mientras los pies se te hunden en el barro negro que después se te va a secar y te va a quedar pegado.
Llegas al verde y te recostas. Las gotas que te caen del cuerpo son absorbidas por la tierra, sólo unas pocas permanecen indemnes sobre el pasto.
A la espalda la tenes sucia y no podes verte la tierra pero la sentís.
Mientras el sol te quema la frente, te agarra hambre.
Tarareas una canción de Spinetta y se te ocurre pensar que el río tiene sus peces y el esperma sus espermatozoides.
No te falta mucho para olvidar que fuiste feliz, ahí en el Quilpo.

Sunday, February 11, 2007

Tom Waits


Hay una imagen que me fascina y entristece a la vez: la del hombre solitario. Esta figura, universal sin dudas, cobra matices particulares en toda una zona del imaginario social y cultural estadounidense. La representación del sujeto aplastado por la falacia del sueño americano da lugar a una cantidad de elementos que me atraen de modo vertiginoso. Ernest Hemingway, Charles Bukowski, William Burroughs o Norman Mailer entre muchos otros, han sabido recrear en el campo de la literatura, cada uno a su modo, la imagen de un hombre melancólico, frustrado, mutilado, que se pasea errático por las ciudades en busca de una cantina (siempre oscura, declinante ) en donde poder alcoholizarse o simplemente agarrarse a las trompadas sin motivos claros. Un hombre obstinado en el recuerdo de un viejo amor, quizás inexistente, que lo hiere hondo y es motivo de su parlamento beodo. El inminente sucidio, el béisbol, el boxeo, el humo de los cigarrillos, la cocaína, las mesas de pool, las cervezas en lata, los cuerpos sucios y el sexo promiscuo conforman una serie de tópicos que me resultan sumamente llamativos.
Tom Waits es músico, actor y poeta. Muriel, una jazzera canción de su disco títulado Foreign affairs, me llegó a la cabeza de forma súbita, directa. El piano sútil, el saxo nostalgioso, la garganta ríspida de Waits y una letra tan sencilla como hermosa, se suman a todo este acervo estadounidense del cual he hablado hasta ahora. La poesía referencial, austera, llana, me seduce mucho más que el hermetismo de algunas vanguardias que parecieran tocar el cielo literario con tanta elipsis. Yo prefiero, al menos hoy, que el perro sea el perro y que la pija sea la pija.
Bien, basta de chamuyo flaco, a continuación, la letra de Muriel traducida al español:

Muriel/ Muriel, desde que dejaste la ciudad, los bares cerraron,/ Y hay un poste de alumbrado quemado en la calle principal,/ donde solíamos pasear/ Y Muriel sigo frecuentando los mismos viejos lugares,/ Y vos me acompañás donde vaya/ Y Muriel te veo en una noche de sábado/ Apareciendo por las galerías con tu cabello recogido/ Y el brillo del diamante en tus ojos,/ Que es el único anillo de bodas que te compraría, Muriel/ Y Muriel cuántas veces he dejado esta ciudad/ Para esconderme de tu recuerdo/ Y se me aparece,/ pero sólo llegaré hasta el próximo bar/ donde comprar otro cigarrillo barato y te veré cada noche/ hey Muriel/ hey Muriel tu amiguito tiene una luz...



Thursday, February 08, 2007

Los safaris y el indio negro [mayo de 1991]


En una mañana de sol nuestros amigos Daniel y Ariel se levantan para ir al campo como siempre. pero todos los sabados.
¿quieren saber a donde van? a la india. pero primero llevan la ropa.
vueno una vez que nuestros amigos pusieron la ropa se fueron.
pero un gran susto se dan, un indio negro los estaba esperando en la salida y cuando nuestros amigos se ivan a escapar les dijo el indio – yo soy vueno. y nuestros amigos le creyeron y el negro les esplico – yo era el jefe de esta trivu pero en fin los mataron a todos los indios.
Al terminar de contarle la historia ya era tarde y se fueron Ariel y Daniel.

Era de noche


Y aquella vez, era de noche, me resguardé en tu cuello. Un rato antes, tus ojos, titilantes, dos lunas negras, no tu boca, me habían dicho lo que yo no quería escuchar y entonces te abracé, obtuso, torpe, y posé mi rostro en la zona tuya que más me gustaba. Aquella vez, era de noche, me resguardé en tu cuello. El lenguaje de tus ojos negros fue como un viento crudo que pasó por mi cabeza. Mi cabeza, entonces, no quiso saber nada del viento y aquella vez, era de noche, me resguardé en la zona tuya que más me gustaba, en tu cuello. Ahí te dije, nunca lo supiste, nunca lo dije, ahí, en tu cuello, ahí te dije no te vayas.
Mañana, cuando esté borracho de tanta cerveza, aturdido por la música, o por las voces de los otros, voy a recordar aquella vez que era de noche y me resguardé en tu cuello.
Y voy a llorar.
Lo sé.

Sunday, February 04, 2007

Carla Peterson


Se me acaban los delirios mentales, presiento que falta poco para despertar. Trato de prolongar el sueño pero no resulta muy duradero el intento. Me incorporo, salgo de la pieza, voy al living y sobre la mesa están los ingredientes que hacen al domingo: la familia, las facturas, el mate y el gran diario argentino con la correspondiente revista a su lado. Me siento en la silla, bostezo, me acomodo los genitales y después tomo la revista como para hojearla un poco. No quiero el equipo Sony, no deseo jugar al truco con Clarín, que carajo es el Amodil, para mi que los motoqueros aparte de fachos son putos, no estoy disfrutando el verano y no creo que Personal me ayude en algo. Dejo la revista abierta en la página dieciséis y me dirijo al baño porque me agarran ganas de orinar. Veo mi cara de dormido en el espejo, levanto la tapa del inodoro, pelo el ganso muerto y me echo un cloro de aquellos, bien amarillo, bien calentito. Aprieto el botón, me sacudo varias veces, miro como el agua se lleva el pis, bajo la tapa, abro la puerta, cierro la puerta y vuelvo al living para seguir leyendo. Slim tiene treinta años de experiencia en el cuidado de la mujer, no sabía, linda la morocha que aparece, así que con o.b. las chicas se sienten mas libres y seguras, las propagandas de Quilmes cada vez tienen menos relación con la cerveza, que carajo es el Arceligasol, tenés razón Rolo, lo fundamental es no creérsela, siempre me pareció absurdo Codevilla, si Araceli escribe yo también, nunca pensé en un Fox entonces no pienso diferente, dejá de robar Paulo, para mí que Alan Pauls tiene un palo en el orto, no fumo Next, no fumo señores, es perjudicial, que nos pasó Betty, otra putita que baja de peso y ya no le cuesta tanto. Mi madre ofrece un mate y me interrumpe la lectura en la página cuarenta y dos. Aprovecho para comer una medialuna de grasa y me viene a la mente algo que no quiero y entonces vuelvo a leer. Un clásico, nota gastada si la hay, el Gauchito Gil, los fracasados y deformes que ahora llaman freaks, odio el día de los enamorados, odio a los enamorados, hay que ser ama de casa pelotuda para coleccionar el suplemento de Blanca Cotta, me hablaron alguna vez de la novela El perfume, no quiero recordar, parece que las empleadas pueden ser felices y bien tratadas por sus patronas burguesas malcogidas, seis fotos de una rubia puta mostrando motivos sexies para el calor veraniego, comprate un par de zapatos y de regalo te llevas etiquetas para el cuaderno del colegio, ja ja ja, 7up nos dice que la libertad es nuestra, que bueno, chicas: no hay evidencia científica de que se adelgace al transpirar. Suena el teléfono y me levanto para atender. Mi abuela es la que habla. Mientras charlamos empiezo a pensar en otras cosas y derivo en melancólicas cuestiones. No quiero nada de eso, necesito distraerme. Le corto a mi abuela y vuelvo corriendo a la página setenta y seis, a ver si todavía me pongo triste. Que puedo decir de Valeria, me pregunto si por lo menos sabrá leer, cuanta mierda gay para decorar, ojo, no todo es frivolidad materialista, también hay chicos que tienen diabétes y sufren mucho, un señor trajeado nos enseña que los adolescentes se revelan en busca de una identidad, a quien se garchará la Brédice para aparecer todos los putos domingos, en la sección de juegos, en un cuadradito dice Apellido de la actriz de la fotografía.
Quiero jugar, creo saber el nombre de la rubia actriz, joven ella. Me levanto de la silla para ir a buscar una birome. Encuentro una de tinta negra al lado del televisor. La coloco entre mis dedos y la hago girar mientras regreso a la mesa donde esta la revista. Me siento. Cuento los casilleros y está bien, tengo razón, son ocho. Verticalmente, letra por letra se forma la palabra: PETERSON. El resto de los casilleros queda en blanco. Me canso. Antes de cerrar la revista definitivamente, contemplo por última vez mi escritura chueca: PETERSON. Cierro la Viva.
Y entonces, afuera empieza a llover, y yo, me largo a llorar, por dentro y por fuera también.

Thursday, February 01, 2007

Hombres 3

No sabemos demasiado, aunque si sabemos algo en particular: el hombre está en una evidente actitud de espera. Lo tenemos sentado en el costado izquierdo del sillón, con la vista fija en la pared agrietada, mientras otro hombre, también sentado pero a la derecha, le habla muy rápido y en voz alta. No entendemos ni un poco de lo que este segundo hombre (a partir de ahora lo llamaremos así, Segundo o Don Segundo ) le comunica al primero y sin embargo nos es fácil comprender que conoce de lo que habla y que lo hace con una apasionamiento innegable. ¿Cómo lo sabemos ? Bueno, no es difícil, basta con poner atención en las recias gestualidades faciales, los bruscos movimientos de brazos y manos y los secos pisotones que da en el suelo como para sacar la obvia conclusión de que es todo un erudito en la materia que seguro ahora desarrolla en el ámbito conversacional. Y si no alcanza con estas señas, podemos detener nuestra mirada sobre su fina vestimenta que denota un estilo superior, casi excelso si no fuera por una pequeña mancha de pintura blanca en su zapato izquierdo, negro y de un excelente cuero. El resto de su ropa es para sacarse el sombrero sin titubear. Lo vemos llevando un fino pantalón de vestir, color gris y con el dobladillo perfecto, lo contemplamos y envidiamos sanamente por su camisa blanca a cuadros de un gris de matices oscuros, nos deleitamos con el detalle del pañuelo de seda negra en el bolsillo superior izquierdo, lo aplaudimos por el nudo de la corbata, también de seda, y por la corbata misma que es hermosa de tan negra y tan brillante. Su rostro, rasurado, serio, provocador, embarcado en un monólogo sapiencial nos da cuenta de un hombre bien parecido, que sabe lo que quiere, que no es un improvisado, un hombre de una mirada cautivante y que nos genera tranquilidad con el gel de su peinado raya al costado. Las orejas, si bien un poco grandes, aportan ese toque de incorrección, siempre necesario para mostrar humanidad y equilibrar las cosas. Este sujeto, Segundo, nos cae bien, nos agrada, se nos hace culto, inteligente, chispeante, prolijo, aseado, perfumado, delicado, sensible, sociable, espiritual, seductor, accesible, amable, pudiente, generoso, amigable y acariciable. Lo queremos, lo entendemos, se hace entender, nos calma, se propone calmarnos, nos relaja, todo en él nos relaja, sentimos que podemos dimensionarlo aún en sus arrebatos de mayor intelectualidad. Podemos presentirlo y eso nos amansa, nos pone plácidos, le agradecemos que sea lógico y armónico en todos sus flancos.
No nos avergonzamos de agradecerle a usted, Don Segundo, por todo lo que nos brinda su transparente imagen, ahora lo vemos ahí en el costado derecho del sillón hablándole al hombre en actitud de espera y lo veneramos. L e decimos gracias otra vez, Don Segundo.
En cuánto al hombre primero, dijimos que sabíamos algo: está en pose de espera. Bien, es algo que se sabe. Sin embargo, no nos alcanza, hay en esa actitud algo que nos desacomoda. No logramos incorporar en nuestro entendimiento a un hombre que mira fijo una pared sucia, vieja, descascarada y que demuestra con su proceder un obsceno desinterés por lo que Don Segundo le informa. Nos pone nerviosos su displicencia, intuímos que tiene sus pensamientos en otra parte y nos tira abajo los esquemas. Quizás obtenemos un poco de tranquilidad al notar que está esperando algo, pero nos angustia no saber que es lo que espera. O sea, nos permitimos repetir, sabemos que espera y no sabemos lo que espera. Arribamos a la idea de que espera porque tiene el pelo largo y eso significa que no dispuso de tiempo para cortárselo de tan ocupado que lo tuvo la espera. También la barba la tiene crecida, desprolija e hipotetizamos que es por lo mismo, lo vemos casi desnudo, en calzoncillos rojos, sudando gotas saladas en el costado izquierdo del sillón, maloliente podemos suponer y antes que nada, expectante, ignorante de lo inmediato, impasible ante el discurso de un hombre con h mayúscula como Segundo. Le vemos la mirada estancada, una leve mueca de frustración, los dedos nerviosos clavándose en los apoyabrazos del sillón y nos perturba los ánimos porque sabemos que no nos lleva el apunte. Es un hombre, este hombre, el primero, una incógnita que nos crispa porque no lo entendemos, no alcanzamos a mensurar sus adentros que no salen hacia fuera, se nos aleja aún en la cercanía y llegamos al punto de odiarlo, rechazarlo porque nos parece comprender que todo lo que sucede, gira, deviene, no es nada para él si no se vincula con su espera. Nos molesta muchísimo, lo catalogamos de egoísta, no nos quiere contar, no nos quiere escuchar, no nos quiere esperar, no a nosotros, sólo tiene tiempo y espacio para aquello que anhela, una vez más decimos, para aquello que espera. Es un hombre que se sienta en el costado izquierdo del sillón y deja su cuerpo para que lo reemplace a él mismo como receptor, pero un receptor al que las cosas le entran y salen por las orejas. Un no receptor que clava cada vez más fuerte las uñas y sigue mirando las gritas de la pared. Un hombre que nos desafía la paz, el manso temple con su misterio, con su silencio inquebrantable, su indiferencia, su apatía, su aislamiento, su autismo, su egocentrismo, su adentrismo y su espera. No lo entendemos y lo despreciamos por eso, todo para él es inútil, salvo que forme parte de su espera. Entonces lo vemos ahí, sórdido, babeante y nos preguntamos que carajo es lo que espera y queremos golpearlo para que confiese su misterio recalcitrante y lo queremos obligar como sea y entonces nos deja mudos, deja mudo a Don Segundo que corta su discurso y deja mudo al mundo porque lo vemos que abre inmensa la boca, para gritar y llorar lo que tiene que llorar, lo vemos que se le caen los mocos, lo vemos que se le pone colorado el rostro, lo vemos que se le erecta el pene y le hace un bulto en el slip rojo, lo vemos que se suda entero, lo vemos que le saca plumas de adentro al sillón y lo vemos que se desploma con los ojos haciendo círculos.
Todo esto vemos, pero seguimos sin saber que espera. Nunca nos vamos a enterar porque nunca lo escuchamos, nunca porque nosotros estamos ahí, cerca del sillón, tirados en el suelo y únicamente estamos mirando, hablando hacia adentro y además, también, esperando.