Sunday, December 24, 2006

La noticia del año

Coincidencia: Juan Carlos Blumberg y Cathy Fulop charlaron sobre la situación social de Venezuela. Ambos coincidieron en que tanto en aquel país como en la Argentina hace falta más justicia.

Friday, December 22, 2006

El poeta belical


A fines del año pasado me encontraba tomando un café en el comedor de la facultad. El recreo de la clase de francés me había otorgado ese tiempo y decidí quitarme el sueño provocado por intrascendentes artículos de antropología con algo caliente que me despabilara las neuronas. Estaba pensando en cualquier cosa, cuando de improviso crucé mi mirada con la de un tipo que parecía estar a la búsqueda de alguien para charlar. Había en su actitud una ansiedad que lo denunciaba en sus intenciones de abordar al primer sujeto que lo mirara. Resultó que ese sujeto tuve que ser yo.
Con paso lento se acercó a mi mesa, agarró una silla que estaba por ahí y se sentó. Mientras yo observaba sus cincuenta años mal llevados y su pelo tan largo como sucio, me preguntó si podía leerme un poema de su autoría. No se me ocurrió decirle que no, así que asentí con la cabeza a su pedido. De lo garabateado en una hoja lisa tamaño A4 que aún conservo en algún rincón de mi casa, recitó lo siguiente:

Y regreso,
la consternación
la paciencia,
y vos...

amarga la boca
me empapa el sudor
gerreé siempre
hoy lloro para no lanzar un grito infrahumano ¡Emancipación!

“aún voy entero”
integra la voz,
¡me cago en mis cicatrices!
en un periódico (lejano); escucharé: ¡Liberación!

No quedará ¡ni un nazi!
La tierra ¡el mundo será pradera!
ya ves, estoy resucitando
la poesía me libera, me da (ánimo, equidad, amor)

me entrega la vida que anhelo
me entrega el rescate y la sal.
Esta vez no le des ternura a mi mal
Y leyendo poesía, y mirando, pongamosnos a mirar.

Después de esto, dio vuelta la hoja y prosiguió la lectura en voz alta:

Título: Meditación o Mirando seremos un punto en blanco o Mirando el testimonio en la pared
Sobre: cicatrices debido a la opreción del nazismo...
Sobrevivientes: ¡Presente!
Llevando la memoria al futuro lugar.
Fin de títulos y posdata.

Unos días después, impulsado no por la admiración, sino por mi ocio y la bizarrez del poeta, transcribí sus versos a mi computadora y es por eso que ahora puedo reproducirlos fielmente. En ese momento apenas pude escuchar lo que me decía, ya que su dicción no relucía demasiado y mi adormilamiento no había disminuido con el cafecito. Algunas de sus palabras me llegaban apenas y otras hacían pequeños espirales en mis orejas para luego salir despedidas como discos. Es por eso que cuando me pidió una opinión, sólo pude decirle que yo no tenía criterio, que no sabía demasiado de poesía, lo cual, por otro lado, no era del todo mentira. El poeta se mostró decepcionado ante mi respuesta y comenzó a contarme su vida, como si la biografía del autor pudiese arrojar luz sobre su propia producción poética. Claro que lo vivido puede explicar algunas cosas, pero en aquel entonces, lo que el poeta no sabía, era que yo no había escuchado una goma de lo que él me había leído. Sin embargo, aún puedo recordar su curriculum bélico: combatió en un país del continente africano, tuvo participación en el frente asiático y había militado en los setenta.
A esa altura, casi por asalto, yo comenzaba a estar más lucido y de algún modo, el poeta se estaba ganando mi atención con su monólogo implacable. Empezaba a caerme simpática la idea de un hombre curtido por el combate y que además volcaba su sensibilidad artística a los demás por el simple hecho de hacerlo. Escuchar al poeta - que dijo llamarse Ricardo – me hizo sentir buen tipo. Se me hacía la idea de que estaba pasando de la indiferencia mas egoísta a ser un buen escuchador de las heridas ajenas. Dos tipos con dos historias completamente diferentes estaban compartiendo un instante desinteresado y eso me hacía pensar que la situación era amena.
De pronto, observé en el reloj de la pared que el tiempo se había pasado y que la clase de francés ya había reiniciado hace unos cuantos minutos. El sentido de la culpa, que llamamos responsabilidad, me hizo terminar rápido el café, recoger las cosas y despedir con un apretón de manos al poeta. Fue en ese acto de saludo que mi concepción ingenua de lo hasta entonces sucedido chocó con la realidad. El rostro del poeta se transfiguró ante el apuro que demostré por retirarme. Mi partida echaba por la borda todo su trabajo fino y eso no podía ser así. Había llegado el momento del mangazo.
No sé quien se sintió mas ratón: si él pidiéndome guita por su poema de mierda o yo dándole cincuenta y cinco centavos mugrosos que tenía en el bolsillo. La cosa es que me entregó su poema fotocopiado y como comentario final me dijo que él siempre andaba por la facultad, que podíamos volver a encontrarnos. Esa fue la primera y última vez que lo vi al poeta.
Ese mismo día, unas horas más tarde, me encontré con un militante y le conté del poeta. El militante, con ese léxico tan específico, me dijo que me habían hecho un “embuste”. Pensé que era probable que el militante tuviera razón sobre el poeta. Unos días después, lo bauticé como el Poeta Belical.

Wednesday, December 13, 2006

El lugar que crece más rápido




En el sector izquierdo, hacia el fondo del patio, ruidea constante la máquina y de a poco comienzan a imponerse los efluvios del verde joven. La mutilación del creciente yuyal desprende lo que Fulvio interpreta como olor a naturaleza. La máquina, obsoleta, hace su trabajo con lenta eficacia al permitir que el espacio de altos pastos desaparezca y todo el jardín se nivele. Cuando pasan unos cuantos minutos, Fulvio apaga momentáneamente la máquina para que no se recaliente el antiguo motor. El silencio del artefacto cede primer lugar a las chicharras que no quieren un mediodía impasible. Ruido natural hacen. Fulvio las busca con la mirada en el limonero y no las ve, pero sabe que ahí están. Si provienen del árbol los chicharreos, entonces las chicharras tienen que estar entre los limones. José subía sigiloso y las tomaba entre sus manos. Después las ataba a un largo pedazo de hilo cortado previamente. Pasaba horas utilizándolas como si fueran avioncitos o barriletes hasta que se morían del cansancio. El día que una logre cortar el hilo dejo de hacerlo, decía José.
La gota de sudor le recorre la nariz y se le disuelve en los labios. Siente un efímero sabor a sal. Fulvio vuelve a encender la máquina para darle un último retoque al sector. Una segunda mano. Enseguida pega un grito: las cuchillas de la cortadora dan con una piedra que sale disparada con la suficiente velocidad como para abrirle un pequeño tajo en la canilla derecha. El dolor es menos que la impresión. Fulvio se pone de cuclillas para observar la sangre que emana de la herida. En minutos, de la lastimadura hacia abajo, el cuerpo se le pone rojo oscuro. Fulvio ve la sangre que chorrea y a la vez escucha el traqueteo monótono de la máquina encendida. Rojo y verde es el mínimo paisaje del patio. Había querido mirar por la ventana y de contramano se le vino encima uno que transportaba fardos de pasto. Se le enganchó la capucha en el espejo retrovisor y su menudo cuerpo salió disparado de la camioneta. Quedó tirado en la ruta y un auto que venía detrás lo pasó por encima. Le reventó la cabeza y no hubo más por hacer. El camión frenó brusco y unos cuantos fardos se dispersaron en la zona.
Fulvio abandona las cosas, cruza el patio dejando una serie de huellas sanguíneas y entra en la casa:
- Tráeme algo que me corté – le dice a Elvira que se encuentra recostada en un sillón.
- ¿Dónde?
- Vos trae – contesta parco.
Elvira se dirige presurosa al baño y vuelve con lo necesario. Ve por primera vez la herida y se desespera. Aplica alcohol sobre una gaza que luego coloca en la superficie del tajo. Fulvio no puede evitar un alarido más intenso que el anterior, en el momento de cortarse. El ardor, signo de curación, se le hace insoportable y los ojos le lloran. De a ratos, Elvira le sopla en la canilla como un modo de alivianarle el necesario tormento.
- Qué hacías – le pregunta Elvira.
- ¿No escuchabas?
- Estaba durmiendo la siesta cuando entraste.
- Podaba el pasto del lugar que crece más rápido.
- Habíamos dicho que lo dejábamos así.
- No lo toleraba
- Pero...
- Había que cortarlo.
Elvira lo venda en la canilla y una mancha roja no tarda en dibujarse sobre la tela blanca. Fulvio la deja para salir de la casa y vuelve al patio, rengueando. Del bolsillo de la camisa saca un cigarrillo y lo enciende. Sigue la línea trazada por sus frescas huellas que lo devuelven al sector recién podado. Siente olor a quemado. La máquina que sigue ahí, acaba de fundirse. Se entremezcla el humo del puro con el que sale de la podadora. Fulvio observa como las volutas se dirigen hacia el cielo a la vez que se difuminan. Llevo toda una vida trabajando en esto y le puedo asegurar que son pocos los que se animan a presenciar el momento. No cualquiera puede aguantar la visión y mucho menos el olor, dijo el viejo.
Fulvio escucha que Elvira lo llama desde la casa.
Antes de responder al llamado, piensa que a pesar de todo, quizás sea necesario algo que avise sobre el lugar que crece más rápido.

Monday, December 11, 2006

Urbelinda

Sobre la piel
unos versos confusos,
de otro modo imposibles
sobre la piel.