Sobre el primer disco de Rata Blanca
El primer disco de Rata Blanca lleva el nombre de la banda y se editó en el año 1988. No sólo puede considerarse el mejor o uno de los mejores discos de heavy metal de Argentina, sino que además merece ocupar un lugar dentro de la lista de las fundamentales obras del llamado rock nacional. Desde la salida de su primer disco, Rata Blanca ha trazado una historia irregular y por momentos cuasi- ridícula en la historia de la música local y sin embargo, cada una de las nueve canciones que conforman su primera producción sorprenden por el grado de calidad y madurez compositiva, cualidades por lo general atípicas en una opera prima. Hasta ese tiempo, la escena heavy nacional sólo podía ofrecer con relativo orgullo el rock and roll áspero de Riff y la furia intuitiva de V8. También algunas otras bandas como Kamikaze o Alakrán habían brindado muestras de cierta evolución, pero basta con escuchar hoy sus discos para entender que más allá de algunas buenas composiciones no llegaron a despegarse de la burda imitación o la escasez creativa.
Por aquella época Rata Blanca estableció un hito fundante que significó la posibilidad de incluir definitivamente al rock pesado en la galería dorada de la escena nacional. Lo que siguió después, resultó en un curioso recorrido inverso al tradicional: tras la aparición de un contundente LP, advino una fascinación desmesurada por Deep Purple, Ingwye Malmsteen y por sobre todo Rainbow, la genial banda de Ritchie Blackmore. Fascinación que redundó en una serie de discos con un norte demasiado al norte como para hablar solamente de influencia y no ya de plagio. “Magos, espadas y rosas” es una perfecta copia de Rainbow y no hay lugar para el disimulo. Claro que cada cual puede quedarse con la parte que prefiera, perfección o imitación.
Si bien “Rata Blanca” huele a Blackmore (solos rápidos, voces agudas, letras hechiceras, un castillo violeta tirando a púrpura en la portada, etc.) la cosa es bien distinta. La influencia está, se reconoce, pero hay mutación, hay elaboración, el puntapié de Purple sirve a los fines de generar un disco con sus especificidades y un tono fresco, original. Si canciones como “Solo para amarte”, “El sueño de la gitana” o “Preludio obsesivo” rozan las profundidades púrpuras, otras composiciones como “Chico callejero”, “Gente del Sur”, “La misma mujer” o “Rompe el hechizo” respiran en la superficie de la fuerza creativa y conforman un conjunto inconseguible, figuritas difíciles de un álbum distinto. Mención aparte merece “El último ataque”, canción que dura unos ocho minutos y es probablemente la más experimental y lograda de toda la historia de la banda.
Los aportes del disco van de lo curioso a lo tradicionalmente valorado.
Lo curioso:
- Excepto en breves pasajes, Saúl Blanch (un “raro inédito”) canta todo el disco utilizando la técnica del falsete.
- Las canciones se prolongan, se dilatan fundadas en la proliferación de distintos pasajes musicales. Hasta ese momento, el heavy argentino (y una parte del rock nacional) no pasaba de los cuatro minutos de duración por canción, y si lo hacía se tornaba monótono.
- El debut de Walter Giardino, significa la irrupción de una figura inexistente hasta entonces: el guitarrista héroe, virtuoso, soberbio, con delirios de grandeza.
- La soberbia de Giardino desemboca en la inclusión de “Preludio obsesivo”, un solo de guitarra furioso, excepcional para el país, acompañado en el inspirado final de un colchón de teclado monasterial. Lejos de ser original, Giardino explotó la inexistencia de canciones de este estilo en la música argentina y supo sorprender a varios con el producto.
- Letras que hablan de hechizos, gitanas, brujos, reyes, poderes sagrados y tópicos inspirados en Rainbow, pero hasta entonces jamás desarrollados. Era mas frecuente la denuncia social sin vacilaciones de Iorio o el surrealismo hippie de Spinetta. De todos modos pasajes como brujos y brujas a tu lado están son los que hacen el mal, yo los vi cuando atacaron mi hogar permiten pensar en cifradas palabras en referencia al terrorismo de Estado.
Lo tradicionalmente valorado:
- Complejidades melódicas, perfección técnica. El metalero deja de ser un “cabeza” para transformarse en un señor que puntea prolijo y admira a Mozart. Las canciones se hacen difíciles de tocar e imposibles de cantar para el humano promedio. Hay muchos acordes y velocidad de relojito acelerado.
- Sonido con las dificultades del momento, pero natural, rabioso. Está presente la “virginidad” de la primera toma. Elemento muy buscado hoy, entre tanta edición y producción rimbombante.
- Cambios inesperados, largos pasajes instrumentales e incluso dos canciones instrumentales. Una de ellas, “Otoño medieval” grabada con guitarras españolas y con una lograda correspondencia entre el título y el clima producido.
- Letras de las llamadas “comprometidas” que establecen un equilibrio con la fantasía pseudo-medieval. Se condena la absurda guerra de Malvinas, se le canta en tono idealizante a la bohemia de los jovenes que vagabundean las calles desobedeciendo al sistema. Resultantes de una democracia naciente: anarquismo contenido y la crítica a la violencia injustificada.
“Rata Blanca” es desde su arribo, un disco imprescindible, antológico. Fácil es reírse hoy de la melosidad de Angel, ella es un ángel y condenar a los putos de pelo largo. A veces, determinados artistas de talento no pueden sostener el nivel creativo durante toda su carrera y es sin dudas lo que le sucedió a la banda oriunda del Bajo Flores.
Yo, en secreto, disfruto de que la mayoría del mundo no sepa que existe un disco precioso y diez años después de haberlo escuchado por primera vez sigo disfrutando de cada riff, de cada agudo épico.
Mi amigo y yo sabemos de esto, del castillito que fulgura en la colina y emociona. Espero que algunos mas se sumen a este secreto y puedan regocijarse, compartirlo.
Que viva la rata.