Thursday, February 01, 2007

Hombres 3

No sabemos demasiado, aunque si sabemos algo en particular: el hombre está en una evidente actitud de espera. Lo tenemos sentado en el costado izquierdo del sillón, con la vista fija en la pared agrietada, mientras otro hombre, también sentado pero a la derecha, le habla muy rápido y en voz alta. No entendemos ni un poco de lo que este segundo hombre (a partir de ahora lo llamaremos así, Segundo o Don Segundo ) le comunica al primero y sin embargo nos es fácil comprender que conoce de lo que habla y que lo hace con una apasionamiento innegable. ¿Cómo lo sabemos ? Bueno, no es difícil, basta con poner atención en las recias gestualidades faciales, los bruscos movimientos de brazos y manos y los secos pisotones que da en el suelo como para sacar la obvia conclusión de que es todo un erudito en la materia que seguro ahora desarrolla en el ámbito conversacional. Y si no alcanza con estas señas, podemos detener nuestra mirada sobre su fina vestimenta que denota un estilo superior, casi excelso si no fuera por una pequeña mancha de pintura blanca en su zapato izquierdo, negro y de un excelente cuero. El resto de su ropa es para sacarse el sombrero sin titubear. Lo vemos llevando un fino pantalón de vestir, color gris y con el dobladillo perfecto, lo contemplamos y envidiamos sanamente por su camisa blanca a cuadros de un gris de matices oscuros, nos deleitamos con el detalle del pañuelo de seda negra en el bolsillo superior izquierdo, lo aplaudimos por el nudo de la corbata, también de seda, y por la corbata misma que es hermosa de tan negra y tan brillante. Su rostro, rasurado, serio, provocador, embarcado en un monólogo sapiencial nos da cuenta de un hombre bien parecido, que sabe lo que quiere, que no es un improvisado, un hombre de una mirada cautivante y que nos genera tranquilidad con el gel de su peinado raya al costado. Las orejas, si bien un poco grandes, aportan ese toque de incorrección, siempre necesario para mostrar humanidad y equilibrar las cosas. Este sujeto, Segundo, nos cae bien, nos agrada, se nos hace culto, inteligente, chispeante, prolijo, aseado, perfumado, delicado, sensible, sociable, espiritual, seductor, accesible, amable, pudiente, generoso, amigable y acariciable. Lo queremos, lo entendemos, se hace entender, nos calma, se propone calmarnos, nos relaja, todo en él nos relaja, sentimos que podemos dimensionarlo aún en sus arrebatos de mayor intelectualidad. Podemos presentirlo y eso nos amansa, nos pone plácidos, le agradecemos que sea lógico y armónico en todos sus flancos.
No nos avergonzamos de agradecerle a usted, Don Segundo, por todo lo que nos brinda su transparente imagen, ahora lo vemos ahí en el costado derecho del sillón hablándole al hombre en actitud de espera y lo veneramos. L e decimos gracias otra vez, Don Segundo.
En cuánto al hombre primero, dijimos que sabíamos algo: está en pose de espera. Bien, es algo que se sabe. Sin embargo, no nos alcanza, hay en esa actitud algo que nos desacomoda. No logramos incorporar en nuestro entendimiento a un hombre que mira fijo una pared sucia, vieja, descascarada y que demuestra con su proceder un obsceno desinterés por lo que Don Segundo le informa. Nos pone nerviosos su displicencia, intuímos que tiene sus pensamientos en otra parte y nos tira abajo los esquemas. Quizás obtenemos un poco de tranquilidad al notar que está esperando algo, pero nos angustia no saber que es lo que espera. O sea, nos permitimos repetir, sabemos que espera y no sabemos lo que espera. Arribamos a la idea de que espera porque tiene el pelo largo y eso significa que no dispuso de tiempo para cortárselo de tan ocupado que lo tuvo la espera. También la barba la tiene crecida, desprolija e hipotetizamos que es por lo mismo, lo vemos casi desnudo, en calzoncillos rojos, sudando gotas saladas en el costado izquierdo del sillón, maloliente podemos suponer y antes que nada, expectante, ignorante de lo inmediato, impasible ante el discurso de un hombre con h mayúscula como Segundo. Le vemos la mirada estancada, una leve mueca de frustración, los dedos nerviosos clavándose en los apoyabrazos del sillón y nos perturba los ánimos porque sabemos que no nos lleva el apunte. Es un hombre, este hombre, el primero, una incógnita que nos crispa porque no lo entendemos, no alcanzamos a mensurar sus adentros que no salen hacia fuera, se nos aleja aún en la cercanía y llegamos al punto de odiarlo, rechazarlo porque nos parece comprender que todo lo que sucede, gira, deviene, no es nada para él si no se vincula con su espera. Nos molesta muchísimo, lo catalogamos de egoísta, no nos quiere contar, no nos quiere escuchar, no nos quiere esperar, no a nosotros, sólo tiene tiempo y espacio para aquello que anhela, una vez más decimos, para aquello que espera. Es un hombre que se sienta en el costado izquierdo del sillón y deja su cuerpo para que lo reemplace a él mismo como receptor, pero un receptor al que las cosas le entran y salen por las orejas. Un no receptor que clava cada vez más fuerte las uñas y sigue mirando las gritas de la pared. Un hombre que nos desafía la paz, el manso temple con su misterio, con su silencio inquebrantable, su indiferencia, su apatía, su aislamiento, su autismo, su egocentrismo, su adentrismo y su espera. No lo entendemos y lo despreciamos por eso, todo para él es inútil, salvo que forme parte de su espera. Entonces lo vemos ahí, sórdido, babeante y nos preguntamos que carajo es lo que espera y queremos golpearlo para que confiese su misterio recalcitrante y lo queremos obligar como sea y entonces nos deja mudos, deja mudo a Don Segundo que corta su discurso y deja mudo al mundo porque lo vemos que abre inmensa la boca, para gritar y llorar lo que tiene que llorar, lo vemos que se le caen los mocos, lo vemos que se le pone colorado el rostro, lo vemos que se le erecta el pene y le hace un bulto en el slip rojo, lo vemos que se suda entero, lo vemos que le saca plumas de adentro al sillón y lo vemos que se desploma con los ojos haciendo círculos.
Todo esto vemos, pero seguimos sin saber que espera. Nunca nos vamos a enterar porque nunca lo escuchamos, nunca porque nosotros estamos ahí, cerca del sillón, tirados en el suelo y únicamente estamos mirando, hablando hacia adentro y además, también, esperando.

5 Comments:

Blogger Emiliano Ruiz Díaz said...

Este texto es largo y no me gusta, pero necesito pegarlo. Sepan disculparme los que lo lean. Gracias.

2:33 PM  
Anonymous Anonymous said...

esdificilserhumano. uno, dos o tres.

8:23 AM  
Blogger Jugus said...

Uf, si yo tuviera que aclarar que no me gusta nada de lo que publico...

8:53 AM  
Blogger Lady V said...

haga lo que necesitre hacer con los escritos q no le gustan :) sabe que? le voy a confesar que era como largo y me fui al final pa ver como terminaba (no me rete!) y me quede como con ganas de empezar de nuevo...pero lo volvi a hacer..ando circular....

10:26 AM  
Blogger Emiliano Ruiz Díaz said...

Gracias por los buenos consejos mis queridos-as comapñeros-as

4:27 PM  

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