Wednesday, September 28, 2011

Puedo evocar encadenadamente

A veces, mientras intento dormirme, puedo evocar encadenadamente, como si fueran flashes, antiguos sueños que vuelven a revelarse, saliendo ellos del reposo, emergiendo nuevamente de un prolongado descanso. Son retazos que permanecieron en algún rincón de mi memoria de los sueños, información almacenada por motivos insondables. Son esos dos grandes piletones de agua caliente, vaporosos, a techo cerrado, con pocos y minúsculos seres bañándose. Son esas morsas desproporcionadas, violáceas, de ojos gigantes y alucinados, giratorios, saliendo de un mar amenazante. Son esas montañas de espuma blanquecina, moteada de múltiples, suaves y artificiales colores, de las cuáles intento aferrarme mientras voy cayendo en la nada. Son esos desiertos de tierra polvorienta y colorada, extensos, en los cuales se emplaza señorial una fortaleza cilíndrica de ladrillos de adobe que no resguarda más que una tienda comercial de ropa. Son los océanos enloquecidos que se desbordan e inundan las ciudades y buena parte del planeta tierra. Los sueños son una zona de amenaza y fascinación. Mientras no sepa de qué hablar escribiré sobre ellos.



28-09-11

Friday, September 23, 2011

A veces sueño con lagunas contaminadas

A veces sueño con lagunas contaminadas. Bolsas de residuos flotando sobre el agua. Uno está ahí como aprovechando los últimos momentos de esa posibilidad: bañarse en la laguna que pronto se echará a perder para siempre. Los torrentes de agua trasladan plásticos y todo tipo de objetos que no deberían estar allí. Uno se siente enturbiado, las pestes de la industrias se han entrometido en el escenario natural. Son sueños propios de este tiempo que nos ha tocado vivir. Nada nuevo vengo a decir con todo esto. No aporto, por supuesto, ninguna solución. Sólo la frustrante sensación de que la monstruosa maquinaria se ha puesto en marcha hace mucho tiempo y que parece muy difícil detenerla ya.



23-09-11

Monday, September 05, 2011

Gandhi (o Bin Laden en Caballito)

Tengo una imagen de él haciendo unos pasos de baile, vistiendo su remera gastada de Boca, rodeado por un grupo de muchachos del barrio. Le decían Gandhi, o así le había puesto mi viejo que siempre tuvo la costumbre de ponerle apodos a la gente. A este le había dado ese sobrenombre porque venía de la India o porque tenía aspecto de hindú, o algo así. Apareció algún día que ya no recuerdo, frecuentando a los muchachos del barrio, fumando en la puerta del edificio, tomando de noche alguna cervecita en la esquina, haciendo alguna changa de paso, rebuscándose la vida entre pachorra, escabio y lo que pintara. Gandhi hablaba bastante bien el castellano, había que escucharlo un buen rato para notarle el acento. ¿Qué hacés Gandhi?, le decía mi viejo. Todo bien Julio, ¿y vos?, le respondía Gandhi.

Al poco tiempo Gandhi se puso de novio con una chica del edificio. Una morocha de rulos muy simpática, joven, de unos treinta y pico de años, medio rellenita, pero no tanto. Era normal verlos juntos, él con su remera de Boca y ella con sus rulos. Creo recordar que ella tenía un puesto de venta ambulante cerca de Acoyte y Rivadavia. Gandhi cada tanto la ayudaba trasladando mercadería y bultos similares. Fruto de ese noviazgo Gandhi empezó a vivir en el edificio. Una vez subimos juntos al ascensor, hedía a alcohol y le costaba un poco mantener el equilibrio, pero no era para tanto. Se lo notaba un poco perdido. A veces se lo veía mucho mejor, no era este el caso.

Una tarde, casi anocheciendo, antes de cruzar la calle, noté que había mucha gente alrededor de la puerta del edificio. Vecinos, cámaras de televisión, periodistas y un móvil policial. Yo era muy chico y esas cosas podían entusiasmarme. En la puerta de mi casa había quilombo y estaban los medios, seguramente algo importante estaba pasando. Me inmiscuí entre la muchedumbre y empecé a escuchar lo que charlaba la gente, decían que habían descubierto a un agente del Al Qaeda que vivía en el edificio, un hombre muy peligroso que tenía en su habitación recortes de noticias con fotos de Bin Laden y diferentes cuestiones referidas al terrorismo fundamentalista. Eran esos días posteriores al atentado a las Torres Gemelas, días en los que según los medios era muy probable que recibiéramos de un momento a otro un sobre lleno de Anthrax que nos podía quitar la vida, días en los que hombres con mucha dinamita en el cuerpo podían aparecer en cualquier parte mientras la hija de puta de Hebe de Bonafini festejaba la muerte de miles de inocentes en Estados Unidos.

Fue noticia en algunos canales de televisión. No lo vi cuando se lo llevaron, pero el sólo hecho de imaginarme a un policía panzón entrando por la fuerza al departamento de la morocha, pongámosle derribando la puerta, apuntando con un arma al grito de “alto policía, usted está detenido” o algo así y luego esposando a Gandhi me causa cierta gracia. Los vecinos del edificio estaban convulsionados, a muchos les parecía demasiado, pero a la mayoría se le ponía los pelos de punta al pensar que habían convivido con una amenaza social. Mi viejo se cagaba de risa, decía que era todo un circo, que Gandhi era un zaparrastroso y nada más. Yo dudaba, me gustaba pensar que teníamos a un terrorista viviendo en el mismo barrio, en el mismo edificio.

Unos meses después Gandhi volvió a aparecer por el barrio del mismo modo que llegó por primera vez, nadie lo esperaba y nadie recordaba cuando había empezado a rondar de nuevo por la zona. Creo que empezaron a llamarlo Bin Laden, aunque para mi viejo seguía siendo Gandhi. De todos modos y para ese entonces, el país ya había estallado en mil pedazos y no por culpa de un atentado terrorista. Ya nadie podía tenerle miedo a otro arrojado por el sistema, que era lo que en realidad Gandhi siempre fue. No sé si volvió con la morocha, a lo mejor no y quizás por eso desapareció del barrio un tiempo después.

Le decían Gandhi, o mi viejo le decía así, no recuerdo bien.

5-09-11