Wednesday, December 19, 2012

Cambios





Entraron a la habitación. Yo me quedé en el vestíbulo, acompañado por algunos otros muchachos nuestros y de ellos. Cada tanto se podían escuchar asordinadas las palabras que intercambiaban, cada una de ellas referidas al negocio que debía suspenderse decían, al menos por un tiempo. El motivo de la reunión era ese, desarmar el negocio, desensillar hasta que aclare. Los detalles eran cosa que por supuesto la mayoría no conocíamos, excepto los jefes que ahora estaban conversando allá adentro por vez primera en mucho tiempo, al menos sin conflictos de por medio, de modo dialogado. Si bien cada bando tenía en la zona su tajada en fronteras nunca del todo aclaradas, lo cual era motivo de disputas, algún herido, alguna muerte también, ahora con los cambios en el país se hacía necesario buscar un acuerdo que nos permitiera no caer en la volteada y no perder el negocio, sabíamos que la cosa venía en serio o al menos eso parecía.
Salí del lugar para fumar un cigarrillo. Desde allí se podía ver toda la ciudad. La casa en dónde se discutían los pasos a seguir estaba en un descampado en las afueras de la capital, bordeando la autopista. Había algunos perros dando vueltas, un corral con gallinas, unas primeras casillas eran el índice de un futuro asentamiento en la zona (tenía entendido que nosotros estábamos metidos en eso también). A mi mucho no me importaba, sólo quería fumarme el cigarrillo y que se terminara la reunión. Todo lo que veía a mí alrededor era pobreza, desidia, suciedad, abandono y allá dentro, nosotros y ellos éramos parte de los que habíamos encontrado la forma de extraer algún beneficio de toda esa miseria. Mientras mi cigarrillo se consumía me daba tiempo para pensar en estas cosas, todas ellas ya sabidas por mi desde siempre, antes que se anunciaran los cambios, pero que a partir de la nueva situación habían sido una exigencia ineludible para mi conciencia, no tanto en clave moral, sino más bien de conveniencia, igual que los que estaban adentro de la casa ahora.
Pensaba que después de todo, aún sin desearlo hasta el momento, y aún sin ser ni por lejos una cuestión que se me hubiera cruzado por la cabeza con anterioridad, que si lográramos zafar, quizás fuera una buena oportunidad para encontrar un nuevo rumbo, no querido, pero nuevo al fin. Estaba en eso cuando escuché primero gritos y luego tiros allá adentro. Arrojé al suelo el cigarrillo sin terminar y desenfundé el arma. Pero en lugar de entrar a la casa para ocupar mi lugar en el enredo, empecé a caminar lentamente hacia las casillas, y mientras me acercaba veía como la gente asomaba las cabezas para ver lo que sucedía. Algunos también me observaban a mí. Cuando llegué a la primera prefabricada una señora me preguntó que pasaba y les respondí que no sabía absolutamente nada, pero que en buena hora se mataban entre ellos esos hijos de puta. Sorprendida, mirando el revolver me preguntó si yo no era uno de los que estaban con ellos. Y entonces le contesté que sí, pero que ahora las cosas estaban cambiando y que había decidido dejar esa vida. La señora me miró a los ojos unos segundos y después de decirme “cuídese”, cerró la puerta.
Cuando pasaron los tiros volví a la casa. Estaban todos muertos. Se habían tiroteado entre sí. Las paredes estaban llenas de sangre. Si alguno todavía estaba vivo no lo noté. Salí para fumarme otro cigarro. Contemplé la ciudad nuevamente: los edificios rodeados de nubes grises, el ruido constante de los autos que pasaban a toda velocidad por la autopista, el olor de la quema, las chimeneas de las fábricas arrojando humo. 
¿Será posible cambiar todo esto? Me pregunté. No encontré respuesta. Sólo lo que me rodeaba, toda esa miseria y toda esa muerte. Pensé en fumarme otro cigarro antes de que llegara la policía.

19-12-12

Friday, December 07, 2012

La casa nueva




La casa nueva, esa en la que vivimos ahora, es tan inmensa que todavía hay cuartos en los cuales sabemos habitan otras personas que no parecen dispuestas a marcharse. Por eso discutimos, porque no llegamos a ningún acuerdo, porque no sabemos que hacer con los ocupantes y por eso, en un acceso de cólera, impacté mi puño cerrado sobre tu rostro y vos empezaste a correr hacia el parque, huyendo de mi demencia. A mitad del camino te alcancé y te tomé entre mis brazos, te pedí perdón, te dije que no había sido un golpe premeditado, que la mano se me había escurrido y que por sobre todas las cosas, que te amaba. Me dijiste que lo sabías, pero que quizás vos no estabas tan segura de experimentar las mismas emociones. Rodeados de árboles, señalaste al sol allá arriba, que nos obnubiló fosforescente. Parecía el ocaso de todo, de nosotros, del país, del universo.

7-12-12