Sunday, October 29, 2006

El piso 25


Me disponía a entrar cuando uno de los tres tipos me frenó al decir: “Somos muchos. Esta cosa se puede venir abajo”. Sorprendido por sus palabras me limité a obedecer con la cabeza y a ver como cerraba la puerta en mi cara mientras los otros dos se dirigían miradas divertidas.
Ahora bien, algo no cuadraba: ¿Cómo era posible que no hubiera lugar para mí si los tipos eran flacos y el peso que podía soportar el ascensor superaba los trescientos kilos?¿no era llamativo todo eso? ¿qué significaban esas miradas y esa explicación absurda?
No tardé demasiado en encontrar una respuesta: esos señores querían realizar un trío y mi presencia no les era grata. Como yo arruinaba sus planes sexuales me prohibían la entrada arguyendo una evidente mentira. Los adiviné ansiosos, desnudándose torpes en el estrecho espacio del ascensor y enseguida culeando con suma celeridad, sudando a chorros y colmando el ambiente de un tibio e inmundo olor a queso. Los imaginé precoces ante la inminencia de ser descubiertos. Los supe fanáticos en su bochornosa pulsión de líquidos espesos.
Miré el marcador electrónico que indicaba los pisos y noté que se detenían recién en el veinticinco. Ahí se quedaron por minutos. Habían parado el ascensor para follar mejor.
Al borde del colapso, sobrepasado por la situación, fui corriendo a buscar al portero y le grité: “¡¡En el piso veinticinco tres invertidos hijos de puta están garchando que da miedo!!”

Sunday, October 22, 2006

Contundencias [una contribución al minimalismo en boga]


- Cuarenta y cinco grados de sensación térmica y yo me hago un café. Imagínense el calor.
- Roxana Ríos ha recibido un no de mi parte: sus bigotes lo explican todo.
- Estoy enamorado de una mujer que de cara se me parece. Procuraré dejarme el pelo corto.
- Recién estuve absurdo de tanto comer y a mi cara la vi gorda, ahí en el espejo.
- Galletas zoo. Hoy me comí un pez, una rana, una tortuga, un mono, un oso y un elefante.
- Descubrí algo: las palomas no le temen a la cornisa. Cornisean ellas, tranquilas.
- Sexo puro.
- La mujer cuelga la ropa y se va. Al rato una toalla se vuela. Me gusta pensar que tengo la explicación pormenorizada de lo que para ella no será más que conjetura.
- Cincuenta y dos minutos de un viejo comiendo merengadas no me parecen cine. He dicho.

Thursday, October 19, 2006

El interpretante: la columna del Obispo Marcelo Fali



“Quiero que todo sea como cuando era chico...”

Tendrá la posibilidad de observar este melancólico graffiti quien a bordo del noventa y dos o simplemente caminando, transite por Avenida Honorio Pueyrredón al setecientos un día cualquiera de estos. Se lo puede contemplar debajo de una ventana sobre una pared de ladrillos a la vista. La inscripción se advierte sinuosa a la vista y esta coronada por una redonda carita de ojos en forma de cruz con la lengua hacia fuera. A sabiendas de que Buenos Aires es una ciudad sometida al cambio permanente, decidí dedicar unas discretas reflexiones a esta frasecilla antes que la indignación cívica de algún vecino (amparada en la ley, por supuesto) acometa contra su existencia. Antes que nada debo decir que he restringido al tímido número de dos, las interpretaciones viables por parecerme de escasa seriedad perderse en un conjetural océano de dislates. Eso es tarea del poeta enamoradizo y no de un agudo observador de la creación. Aclarado este punto, no me parece apresurado dar comienzo a la argumentación.

Interpretación I: Encontramos en estas palabras la manifestación del espíritu adolescente de principios de los noventa. Leemos la nostalgia de un pasado edénico arrasado por la supuesta crisis de la institución de la familia burguesa. Hallamos en esta declaración efluvios del triste pensamiento del anti-líder rockero Kurt Cobain (recordemos la carita) y la inminencia de un suicidio pagano ante la imposibilidad de establecer lazos de comunicación con la figura tutelar, tan crucial para la constitución de un espíritu sano. Es díficil no advertir la presencia de las drogas inyectables y sus derivados. Nos topamos con un sujeto púber que pide ayuda a los gritos, un jovenzuelo que añora la pureza blanca de sus primeros pasos mas tiernos. Es evidente que el satanismo se ha colado en la desesperación de un descarriado, probablemente arrebatado de la vida casta por las garras del SIDA, esa enfermedad homosexual que mata en el vicio.
En resumen: nuestra juventud, no del todo perdidad aún, nos reclama la pureza, la castidad como forma de vida, el consejo tutelar y el refugio santo que solo la Casa de Dios puede otorgar.


Interpretación II: El pluralismo me toca el hombro y me convoca a proponer esta segunda posibilidad. Es ejercicio del versificador romántico reducir las verdades a un yo lírico desbocado que en un gesto de pecador egoísmo reduce todo a la “inspiración” individual. Justamente sobre el individuo se basa esta segunda interpretación que de ningún modo excluye la primera.
Reconozco en esta frase a un arrepentido, reconozco a un demonio que quiere volver al rebaño para esquilarse de las oscuridades del cambio de género. El mundo globalizado y sus transformaciones tecnológicas han acostumbrado a los hombres dotados naturalmente de su condición viril-dominante a inclinarse por el pérfido deseo de un pasaje hacia el bando contrario. ¿No es acaso una espeluznante imagen cotidiana ver a esas bestias invertidas en las esquinas ofreciendo el mal impunemente? Gracias a Dios, el arrepentimiento da lugar a la redención. El autor de esta frase ha tomado conciencia de su error y nos confiesa que quiere volver a su estado natural, biológico, esencial, ontológico. Como Dios manda. Quiere volver a ser un chico, quiere ser puro, quiere dejar las drogas, en fin, quiere SER en el reino de la bienaventuranza



Tuesday, October 10, 2006

Once sueños [breves textos de caprichosa aparición]

I
Miro a través de la ventana y te veo a vos que también miras a través de una ventana. Te veo desde arriba. No mucho más arriba. Observo tu perfil izquierdo mientras miras algo que yo no sé que es. Pienso que en cualquier momento te vas a dar cuenta de que te estoy viendo.

II
Nos sentamos en las gradas de cemento mientras los nenes hacen sus gracias sobre el escenario blanco. Ellos saltan y monologan. Nosotros estamos tan cerca que nuestros muslos se fusionan. No es usual. Enseguida tomas una distancia prudente. Las cosas retoman su cauce normal y los nenes siguen la función.

III
La institución es laberíntica: escaleras, pasillos, aulas. Te busco. Angustia difícil la de no encontrarte. Arriba y abajo. Quizás ya te fuiste o nunca viniste. No dejo de hacer.
Entonces, brusco, abro una puerta maltrecha y ahí estas, en uno de los pupitres. Me acerco rápido para decirte algo. Levantas la mirada hacia mí. Con aires de reclamo, farfullo palabras imposibles.

IV
Nos encontramos camino a un quincho que hace buena sombra en un día de sol. La tierra está húmeda al reparo del calor, ahí bajo el quincho al cual llegamos. Para no embarrarnos los pies intentamos hacer equilibrio sobre unas barandas de fierro mientras un cerdo negro y blanco intenta alcanzarme a los saltos.

V
Detengo la marcha en el alambrado que rodea la modesta casa de madera. La luz que se fuga por las ventanas apenas contradice la noche. El primero en salir de la casa es N. Hablamos a través del alambrado: “me voy mañana” le digo. “Quizás nos quedemos unos días mas” me dice. N vuelve a la casa.
Hace frío. Entonces salís vos. El alambrado nos separa. No sé que hablamos, pero hablamos. Eso sí: yo me voy a ir y vos te vas a quedar.
Es el final del viaje. Vuelvo solo.

VI
Algunas mujeres llenan formularios sobre una gran mesa blanca y yo también. Cometo una equivocación. Tacho y enfurezco. Mando a la mierda la posibilidad de trabajo en voz alta. La gente de la oficina blanca y las mujeres me miran un instante pero siguen con los papeles. Tengo bronca, impotencia y mucho más. Vos estás entre las mujeres y aconsejas: trabajaste en el puesto, tenes experiencia.
Siento rabia del no. Reclamo atención y con los dos brazos tiro los formularios que están sobre la mesa. Tiro todo. Que más puedo hacer.

VII
Estás parada en la vereda de algún barrio de Buenos Aires. En tus manos hay una carta que nunca escribí. La lees en voz alta y cada tanto te reís un poco. La tarde tiene un sol tibio que arroja luz sobre los adoquines, las persianas bajas de los comercios, los carteles publicitarios y que choca contra los vidrios de los autos. Los autos tiemblan al pasar sobre los adoquines mientras vos lees. Me pregunto si sabes de mi presencia.
“El deseo y la incertidumbre” decís al leer. Entiendo. Me reconozco en las palabras que nunca escribí.

VIII
El gordo rubio y vos. La mujer y yo. Estamos sentados en línea dentro de un círculo blanco dibujado en un piso de madera gastada. Cada uno en una punta y nuestras parejas en el medio. Vos charlas con el gordo que se está quedando pelado. Yo hago lo mismo con la mujer que tiene puesto un pañuelo en la cabeza. Por un instante me olvido de tu presencia. De repente se trastoca el orden y estamos juntos. No dura casi nada. Volvemos a las posiciones originales y nos recostamos. Pasa un rato en que no sucede nada hasta que extiendo mi brazo izquierdo por sobre los cuerpos y encuentro tu mano derecha. Cruzo mis dedos entre los tuyos. Me toleras. Hasta cuando.

IX
Estoy parado en la puerta del colegio sin saber porque. Estoy de frente al colegio. A mi izquierda, no muy lejos, está J. que compra algo en el puestito de comidas. Entonces llegas vos. Tenes el pelo corto –no mucho- y los brazos desnudos. Pienso que vamos a tener que hablar y me incomodo. Cuando ves a J. desvias tu camino, pegas una media vuelta. Entonces no me ves. Te vas con los brazos desnudos y el pelo no tan corto.

X
Aparte del televisor encendido no hay luces. Estamos recostados en un sillón. Sé que estás al lado mío pero sólo veo tu brazo izquierdo. Dudo un instante y apoyo mi mano en la tuya. Las cosas van bien.
Pixelada entre montañas verdes. En la tele hay un video juego y sos la protagonista.

XI
Es de noche y caminamos por la rambla. Vamos rápido.
- Lo que te dije el otro día ahora no es tan así.
Llegamos al escalón de un umbral y nos sentamos uno al lado del otro. Desde lejos un farol nos ilumina un poco. Pienso en tus palabras y te doy un beso. Hay una sombra en tus labios. Miras para otro lado y hablas despacio con mi boca en la tuya. No sé que decís. Hace frío y hay rocío.

Un queso muerto (folletín en doce entregas)


I
Escucho ruidos en la cocina mientras descanso en la cama de la habitación, recostado. Al rato voy a comprar unas facturas para la merienda y el tipo que atiende me dice: “Seguro son ratas, las hay bastantes en la zona y más en esta época del año”.
Tengo que conseguir una trampera.

II
Los ruidos siguen. No me molestan por ahora, pero si hay de esos bichos haciendo sus cosas en la casa es probable que crezcan y por lo tanto recrudezca la fuerza de los sonidos. Supongo que en ese caso el asunto empezaría a perturbar mi tranquilidad, mi pereza.
Recibo un llamado de Adriana: “ En algunos supermercados creo que las venden”. Adriana siempre cree que o en el mejor de los casos no podría afirmar, pero está casi segura de.

III
A eso de las cuatro de la tarde, un rato después de levantarme, veo una cola negra y dos patitas rosadas que se escurren presurosas hacia la cocina. Cierto que tengo ratas, pienso.
Prendo la tele y engancho una película de una mina que no tiene sexo con el marido pero clandestinamente trabaja de puta. Se hacen las ocho de la noche y me agarra sueño otra vez. La rata vestida de frac saltaba como un sapo a la vez que arrastraba de una soga atada al cuello un ejemplar de La peste. “Es primera edición”, me decía.
Cuando despierto son las tres de la mañana y ya es tarde para salir a comprar la trampera.

IV
A las ocho de la mañana el sol traspasa la ventana y me da de lleno. Tengo que salir de la cama y tirarme en el rincón de la habitación que todavía deja a la sombra permanecer. Antes arrojo por ahí la remera que esta hecha una sopa. Una hora después vuelvo a salir del sueño por dos motivos: el calor y los ruidos. Parece que se comen la madera las ratas. Tengo hambre, desde la merienda del otro día que nada. En una de esas las bestias saben lo que hacen y la madera tiene lo suyo. Madera. Las tramperas. En los dibujos animados son de madera. Voy a comprar ahora mismo una de esas cosas.

V
Ahí están sobre la mesa, la trampera y el queso. La trampera viene con un cebo mortal incluido, pero me parece más artesanal la idea del queso. En los dibujos animados es así, la trampera y el queso. No sería lo mismo sino.
Adriana: “te extraño”. Yo: “yo no”.
A la puerta de la cocina le falta un pedazo abajo. Si por lo menos tuviera la seguridad de que no se la van a comer entera las dejaría tranquilas, pero me temo que sería difícil llegar a un acuerdo con ellas. Además hacen ruido y a veces me despiertan.
Una rata vuela por los cielos de Buenos Aires y me dice que no es murciélago, que es rata que vuela y sólo eso. Me despierta un ruido fuerte. Desde la cama veo que la puerta se acaba de caer. Ya me levanto, un rato más y voy a tratar de recomponer la puerta, un rato más y ya estoy ahí...

VI
Hice las cosas al revés, primero active el mecanismo y después quise poner el queso. Si llego a colocarlo ahora me cae la trampa en los dedos. Eso debe doler mucho.
Ah, bien, del queso restan sólo unos pedazos de envoltorio sobre la mesa. Menudo festín se habrán dado las turras, tanta puerta de cocina y de repente un manjar así. Parece que también comieron sopa, es decir, de la remera reconocí el bordado gris debajo de un montón de pelotitas negras muy curiosas. Adriana dice: “esa es la mierda, infeliz”. Adriana llora y me pone nervioso. Te quiero Adriana, no le digo.
Esta oscureciendo y me da sueño. Me tiro en la cama como para dormir y lo último que veo es una rata comiéndose el cable del teléfono.
Chau Adriana, ya no tenemos forma de comunicarnos.

VII
Congelada en un gesto de desesperación, hoy murió una. La verdad es que me produce un poco de compasión así que la voy a dejar ahí, en la trampera, en la mesa, en la habitación, en la casa, en la muerte. Si no la pienso sacar, entonces tengo que comprar otra porque los ruidos siguen y la puerta en el suelo se achica cada día un poco mas.
Abro la puerta y unas escaleras descienden. Está de penumbras, las luces rojas de miles de topos que me miran iluminan a su modo los escalones. Cuando finalizo el descenso llego a una habitación en la que se encuentra Adriana revelando una foto. En la foto hay un queso. Un queso muerto.
Los cantos enérgicos que llegan de afuera me fuerzan los parpados a replegarse hacia arriba. Estoy tirado sobre la puerta sobre el suelo, a medio camino entre la cocina y la habitación. Parece que pasan cosas allá afuera. Debe ser el aniversario de algo o de alguien.
¿Por qué cayó en la trampera sino tenía comida?

VIII
“Traeme tres tramperas, traeme”, le digo al vecino de al lado que me dice como no, si usted anda mal de salud y se le nota, faltaba más.
Se me ocurre leer pero quedan pocos libros. Los libros no muerden y las ratas todo lo contrario. Se ve que aprovechan cuando duermo para arrastrarlos de la biblioteca al refugio de la cocina que debe tener por entrada un pequeño arco negro como en los dibujos. Bueno, aunque pensándolo mejor es medio difícil que sea así porque sino los libros no podrían pasar. No, tampoco, ya sé. ¡Ahí voy!. La entrada debe ser... ¡ya va!. La entrada no es un arco. ¡Dije que ya abro mierda!. Es una ranura rectangular del grosor de un libro promedio. Lo sé.
Gracias, si, estoy bien, no se preocupe, cuando pueda le pago, si, vayase de una vez.
Tres tramperas nuevas, activadas y sin carnada ahí sobre la mesa están.

IX
Es de noche y por el silencio intuyo que es probable que sean algo así como las cuatro de la mañana y no las doce como se me ocurrió recién al levantarme de encima de la pila de libros que todavía sobreviven e intenté masomenos proteger de la vorágine de estos roedores que me tienen incómodo con sus actividades vitales y también mortales, porque la que murió la otra vez que no me acuerdo bien cuando fue, está empezando a descomponerse y larga un olor que decir que da náuseas es poco descriptivo si se quiere hace honor a la verdad. Uf. Siento que tengo el cuerpo flojo. Un recueste y ya.
Esa rata se esta llevando un libro de Lovecraft, ese que tiene The rats in the walls.

X
Hago una confesión: hace días que no como y no puedo recordar mis sueños como antes. Apenas puedo evocar fragmentos fugaces de un gato oriental fumando pipa en el Obelisco y mi vecino rompiendo un televisor con una cabeza de Piazzolla en forma de martillo. Nada más, lo juro. Encima huele a mil demonios.
Recién tocaron la puerta y no respondí. No sé quien pudo ser. No tengo la menor idea.
De todas maneras, todavía pasan cosas como que un chasquido me bastó para saber que cayó otra.

XI
Supongo que en estos días rompí con las fuerzas del hambre. No me importa comer, no tengo hambre, no voy a responder a esa obligación sino la siento como un deseo.
Estoy recostado, bastante cómodo debo decir, debajo de la mesa que ahora es mi paraguas. Garúan gusanitos blancos a mis costados. Huele muy mal y llueven gusanos, quien lo diría. Este no es de esos sueños alocados, es la realidad que me circunda.
Ratas, compañeras, ya tienen alimento nuevo: los gusanos que son las dos ratas que murieron por mi culpa. Acérquense y coman gusanos con gusto a rata que seguro es un aperitivo muy bueno para la digestión.
Eso si, a mi no me coman que les pongo más tramperas.
Golpean de nuevo. Yo, en silencio.

XII
Golpean los policías.
Chasquea la tercera.
Golpean los policías y Adriana.
Chasquea la cuarta.
Así, todo de golpe.
Encuentro respuesta: las ratas se anticipan, las ratas también se quitan la vida.