Sunday, October 31, 2010

El después




Por Emiliano Ruiz Díaz

Estudiante de Letras (UBA)


El aluvión popular que se volcó a las calles del país para despedir a Néstor Kirchner y brindar apoyo a la presidenta Cristina Fernández dispara múltiples, quizás infinitas, vetas de análisis factibles de ser barajadas con importancia a la hora de analizar los fenómenos políticos sucedidos y por sobre todo, motivo de estos apuntes, el después que ya se sobreviene. Importa el después, y mucho. Capturando la esencia de la casi obvia imposición de esta necesidad, tanto las derechas como las izquierdas vernáculas salieron a ofrecer su juego, sus incipientes aunque bastante sugerentes lecturas. Ofrendaron rápidamente su coyuntural y presurosa hermenéutica, sin dudas, tan legítima como natural en jornadas históricas para la vida y la política nacional.

La derecha, con Rosendo Fraga a la cabeza, ofreció un repertorio tan carroñero como esperable: Cristina tiene la oportunidad de corregir el rumbo escandaloso y perjudicial de la confrontación que impulsaba ese demonio autoritario llamado Néstor Kirchner, ahora, por suerte, muerto. Y además debe tomar serios cuidados, porque si no corrige este alocado rumbo confrontativo puede correr peligro la entera duración del máximo mandato. En fin. Todo un mensaje que eyaculó precozmente el diario La Nazión, haciendo gala una vez más de su rol histórico de prensa orgánica de la clase (oligárquico-dominante), a la que le pone la línea. Esto último, dejando a su vez a las claras la voz de la conciencia de la partidocracia hipócrita y pusilánime que quiso hacer la comedia de la congoja y el respeto. Y es que a esta altura de las circunstancias a la oposición conservadora no le cabe ni el sombrero de la cortesía. En este sentido, cuesta admitirlo, el bajo perfil de Carrió ante las circunstancias fue un modo adecuado de no hacer el ridículo y no tomarle el pelo al buen sentido de la gente. No se pasa del Apocalipsis al elogio democrático en dos segundos sin dar vergüenza ajena y piantar algún votito.

Por su parte la izquierda tradicional no tardó en recoger el guante conservatista para dar por terminado el ciclo kirchnerista (la imposibilidad de un "kirchnerismo sin Kirchner") y arriesgar conjeturas poco pudorosas –aunque gozosas de cierta lógica tramposa– respecto de los motivos de la muerte del ex-presidente de la República Argentina. Toda una muestra de ombliguismo y simultánea incomprensión de la recuperación político-popular a la que asiste el kirchnerismo desde el 28 de junio de 2009 a esta parte. No casualmente algún comunicado partidario, quizás sin notarlo, recurrió a un sintomático "ellos" para hablar, no de la burguesía, sino del pueblo y la clase trabajadora. Constituyó, desde mi punto de vista, una excepción la lectura de los sectores de la nueva izquierda que sin medias tintas supieron destacar la emoción popular, no como fraseología obligada, sino como expresión real del reconocimiento de buena parte de nuestra gente hacia los avances democráticos de la etapa : ley de medios, estatización de las AFJP, asignación universal por hijo e integración continental. Paralelamente los compañeros señalaron las profundas limitaciones y la necesidad de construir sin gorilismos y con autonomía, una alternativa superadora, que todavía es difusa y marginal aunque firme en la coherencia del camino trazado hasta el momento. Aún así, y más allá de la crítica, se comprende la desazón reinante pues sucede que si bien las caracterizaciones no son las mejores, desde el campo popular no se puede permitir de ningún modo que toda esta vorágine tape el asesinato de Mariano Ferreyra por parte de la burocracia sindical y obture la investigación de los sucesos criminales, ítems ambos en los cuales el gobierno posee responsabilidades mayúsculas. Tampoco puede permitirse morigerar la responsabilidad del oficialismo a partir de la ola de simpatía generalizada por la muerte de un animal político que ya comienza a convertirse en mito (no sin carnadura, por supuesto) y todo lo que eso conlleva. En este sentido, aunque con las formas panfletarias clásicas y sus irritantes simplificaciones, la izquierda salió a mostrar tempranamente que ha tomado la tarea indispensable e irrenunciable de ir a fondo con el juicio y castigo a los asesinos de Mariano. Algo que, por el contrario, muchos oficialistas quisieran desacelerar.

El después, entonces, es terreno de urgente pesquisa aunque su inmediatez nos ponga en el terreno de los pronósticos y su reverso indivisible que es la pifia. Desde mi óptica, la muerte de Néstor Kirchner de seguro, como la mayoría opina, marca una inflexión incisiva en el hueso de la trama política; pero antes que nada anticipa, casi definitivamente y como una imagen venida del futuro, el triunfo en elecciones de 2011 de la opción kirchnerista. Esto viene a significar que sea como sea el armado y su orientación, con una salida por izquierda (la famosa “profundización del modelo”) o con una salida elegante y pactada por derecha (el caballito de troya sciolista), toda la gama de partidos en carrera ha comprendido, incluso para el pesar de aquellos que como el pan-radicalismo quedarían afuera, que se llega a la rosada absorbiendo la cosa kirchnerista y formando parte de ella, aunque sea en un rincón apretado e incómodo. Esto reorienta, el tiempo dirá si para bien o para mal, las estrategias del Peronismo Federal, los intendentes y gobernadores díscolos y el agazapado Scioli. Se abre a las claras una interna pesada hacia la densidad del peronismo y todas sus gamas y alianzas; Néstor Kirchner, se sabía, sin subestimar las capacidades de la presidenta, era el armador político y hacía las veces de aglutinador del movimiento. Hoy la cuestión pareciera pasar por capturar cual mariposa en la mano, el ascenso en la aceptación del kirchnerismo por parte de amplias capas de la población. El primero en entenderlo fue Cobos pero le fue muy mal, no por mero azar fue el político más denostado en los cánticos de las recientes jornadas. Simultáneamente, la desaparición física de Kirchner vuelve a otorgar visibilidad a la matriz personalista que sostiene no sólo al peronismo y su tradición de liderazgos concentrados y fuertemente personalizados, sino a toda la política contemporánea de la región, en la cual el peor de los ejemplos del caso puede observarse en la empresarial figura de un Mauricio Macri y el mejor, en el revolucionario proceso encabezado por Hugo Chávez en Venezuela (esto último sin olvidar la mención de las importantes experiencias de poder popular que vienen emergiendo y consolidándose).

Lejos de agotar las posibilidades, estas líneas no serán más que un frágil intento de caracterizar desde el campo popular, también apresuradamente, algunos rasgos primeros de la etapa que se abre. Habrá que prestar atención a las diferentes señales que se vayan anunciando, para un lado o para otro. De seguro, que nada de esto será desde la contemplación, sino en el barro de la lucha por consolidar más organización popular, en pos de transformaciones radicales y sin cometer la torpeza de regalarle a los indeseables lo obtenido que es insuficiente pero permite un mejor piso para nuestras esperanzas revolucionarias.

29-10-10

Saturday, October 23, 2010

Lo viejo que no termina de morir, mata.



Por Emiliano Ruiz Díaz

Militante de la Corriente Universitaria Plan B y estudiante de Letras (UBA).

Si uno debiera elegir un punto destacado del debate político argentino de los últimos años hasta llegar al actual 2010, no podría dejar de señalar como eje de discusión preponderante la cuestión sindical. El asesinato deliberado y a sangre fría del militante popular Mariano Ferreyra por parte de un grupo armado perteneciente a la lista verde de la Unión Ferroviaria, no hace más que colocar en doloroso y nítido zoom el mencionado debate, que muchas veces no por ser traído a cuenta a partir de su potencial relevancia merece en consecuencia un desbrozamiento coherente con el anuncio de su promesa como tema a desarrollar en toda su dimensión. En la mesa televisiva de polémica oficial del día de ayer (678, para ser exactos y dar un ejemplo) se hacía mención del tema, pero como una circular introducción que no encontraba su realización cabal. Un eterno prólogo, apenas una declaración de principios temerosa del escarbe y del después. Del posible desencadenamiento de reveladoras cercanías entre indeseables y amigos.

De cualquier modo, basta traer a la escena el conflicto de Kraft, la pelea por el nuevo sindicato en el Subte, el protagonismo social de los diversos gremios estudiantiles y docentes, la pedregosa –y aún no definida– elección de la CTA, e incluso la creciente inserción en la arena político-sindical de la CGT moyanista, como para empezar a entender que dentro de la politización profunda que recorre la discusión nacional en tiempos del kirchnerismo, ocupa un lugar de enorme visibilidad el accionar de las entidades gremiales. Sea desde medios privados buscando ofuscar a la población con los problemas de tránsito que puede generar una medida de fuerza, sea para ensalzar desde medios oficiales alguna frase anti-neoliberal por parte de Hugo Moyano, sea desde medios alternativos para socializar y apoyar la emergencia de nuevas experiencias combativas en el seno de la clase trabajadora… sea como sea, en el último tiempo y por sobre todo en los últimos meses es de agenda nacional el debate sobre la organización que se da la clase de los que trabajan para ganarse el sustento cotidiano y participar activamente de la política nacional.

En esta dirección, la reciente disputa al interior de la CTA marcó, aunque cruzada por la discursividad electoral y sus miserables limitaciones, lo que a mi entender resulta el meollo real de la cuestión, hoy, en nuestro país: la pelea por un nuevo modelo sindical. Si bien el kirchnerismo vs. el anti-kirchnerismo se comió buena parte de la cancha, no fue entre los compañeros afiliados para nada secundario el problema que acarrea para una central reproducir estructuras subordinadas al Estado y su capitanía de turno, no fue para nada lateral el hecho de plantear la necesidad de un gremialismo que tome decisiones desde el mandato de las asambleas, que pueda elegir por vía directa a sus genuinos representantes y sepa integrar con pleno reconocimiento a nuevos actores de lucha como pueden ser los movimientos sociales o la enorme masa de trabajadores no registrados o precarizados.

El acto criminal de la burocracia pedracista constituye en este sentido el reverso total de los desafíos de renovación organizativa que de a poco se vienen esbozando y más que nada aún esperan a nuestra clase trabajadora como protagonista activa y necesaria. Constituye un signo contrario e irreconciliable con la construcción de algo distinto en el gremialismo argentino y preocupa, no sólo por la repetición calcada de prácticas oscurantistas de décadas pasadas, sino también por el alto grado de hegemonía que este tipo de gremialismo despliega aún en las organizaciones obreras. Y no se trata sólo de grupos de choque, es mucho más que eso, se trata de toda una ortodoxia arraigada como incuestionable, enraizada como cultura, y que mantiene el verticalismo, la complicidad con los despidos, el desatendimiento para con los precarizados –ni hablar de los desocupados –, la persecución de los díscolos, la convivencia desfachatada con las patronales y la nula autonomía respecto de los poderes políticos de turno, entre muchas otras cosas. Preocupa porque se erige y se defiende no como excepcional praxis lúmpen, sino como concepto, como idea meditada y llevada a la práctica, se defiende como modelo, como bandera.

A partir del crimen de Mariano, circulan ahora encontradas opiniones respecto de la burocracia sindical como modelo: desde el oficialismo crítico, periodistas como José Natanson o Sandra Russo hablan de “asesinos que no son trabajadores y no responden a ese abstracto izquierdista llamado burocracia sindical”; a su vez, desde la izquierda tradicional se señala esta práctica criminal como un común denominador que recorre por entero tanto a la CGT como a la CTA. Desde mi punto de vista, es claro que no estamos ante la excepcionalidad pero tampoco estamos ante una totalidad. Me interesa pensar en términos de tiempos de disputa, de marcha y contramarcha en el movimiento obrero y trabajador en su conjunto. Aún así, evidentemente, más allá de que probablemente Pedraza y Moyano expresen corrientes sindicales en pugna dentro de la CGT –en este sentido, el líder camionero sería por colocación política más progresivo –, ambos se encuentran unidos por un hilo grueso y común que es aquel que no sólo no cuestiona, sino que además reproduce o deja campear a un viejo modelo sindical que encuentra sus pilares más regresivos en muchas de las cuestiones anteriormente mencionadas. En este punto, el gobierno nacional tiene una importante cuota de responsabilidad en los hechos sucedidos (y todavía se encuentra pendiente una averiguación sobre el accionar permisivo de la policía federal para con la patota sindical) pues en su negativa a otorgar la personería gremial a la CTA para privilegiar simultáneamente sin cuestionamientos, al menos públicos, a la actual CGT, se legítima se quiera o no, al menos por omisión discursiva no ya en la práctica, toda una serie de formas y concepciones que van en desmedro de la crítica del viejo modelo sindical y la posible emergencia de uno nuevo, no subordinante, sino emancipado y emancipador. Son, por supuesto, los límites de un proyecto de gobierno democratizante, pero que plantea la convivencia del capital y el trabajo, el famoso “fifty-fifty” que cuadra perfecto con las aspiraciones de Moyano y la CGT. Como crítica a la propia ingenuidad, uno debería decir que claramente no estamos ante una alianza forzada entre el agua y el aceite. Y esto explica muchas cosas.

El asesinato de Mariano Ferreyra y el delicado estado de Elsa Rodríguez (ambos militantes del Partido Obrero), constituyen hechos de una enorme gravedad que debe obligarnos a los militantes del campo popular y a todos los argentinos que sientan que estos crímenes no pueden quedar impunes, a estar en pie de lucha y unidad para exigir juicio y castigo a los responsables materiales y políticos de los hechos. El gobierno nacional deberá por su parte poner toda su capacidad para colaborar en el esclarecimiento de la causa. Una tarea que vaya en esta dirección, despojada de bravuconadas macartistas que se hacen oír por ahí, colaboraría arecuperar el rol del Estado, para bien. La fatídica jornada del 20 de octubre debe llevarnos a pensar que no alcanza con tal o cual colocación política menos peor o progresiva, según se entienda, en la superestructura si no se impulsan transformaciones profundas, de raíz. Al modelo sindical hegemónico le toca esta parte. Porque está demostrado: lo viejo que no termina de morir, mata.

22-10-10