Thursday, May 24, 2007

Asado


Después de echarme el cago líquido me clavé una paja pensando en una de las tipas que estaba sirviendo la mesa. Empecé por recrear sus tetas grandotas y al rato ya me hice una historia en la que ella me preguntaba al oído si quería más ensalada y yo le contestaba que tenía una buena morsilla para darle a cambio. Entonces ella me decía con cara de perra que la quería por el culo y nos íbamos los dos juntos a encerrarnos al baño, pero haciéndonos los distraídos para que no nos viera Diana. Cuando entrábamos en el mismo baño en el que me estaba haciendo la paja yo se la metía por el orto y cada tanto un poquito le pegaba trompadas en la espalda. En ese momento acabé y también se terminó la historia. Quedé medio abombado por los manotazos y apoyé bruscamente el cuerpo contra la puerta a la vez que contemplaba los morosos dibujos del semen sobre la mierda tipo diarrea. Estuve un rato así, pensando en la hermosura de Diana (“que linda mujer” me dije) hasta que se me pasó el mareo y salí.
Afuera, bajo el sol dominical, estaban todos prestos a comer un buen asado. Había mucha gente que yo no conocía pero que me caía bien por el sólo hecho de ser todos amigos de Bruno que cumplía treinta y cuatro años. Había varias mesas de madera y el típico quilombo de voces, platos, tenedores, bebidas destapadas y otras cosas más. En una de las mesas estaban sentados los que yo frecuentaba siempre: Valeria, Marcos, Violeta, Diana (mi Diana por ese entonces) e incluso Bruno. Discutían sobre las elecciones porteñas de junio. Bruno decía que iba a votar a Macri porque era fundamental la vuelta de la derecha fascista al poder para re establecer una lucha de clases genuina y Violeta le contestaba que gracias a Telerman ella había podido difundir su último libro de poesías en una mayor cantidad de circuitos culturales. De vez en cuando Marcos se cagaba de risa de los dos, afirmando que el único que tenía un real proyecto revolucionario en Latinoamérica era Chávez. Valeria estaba fumando un porro y miraba a Bruno con un aire cínico, típico en ella. Yo me acerqué a Diana y le di un beso en la boca y creo que dije algo sobre Altamira o Bidonde, no me acuerdo bien. Como la política me tenía podrido me desentendí de la conversación y después de tomarme un vasito de birra me fui a dar una vuelta por el lugar.
Me acerqué al señor Pérez Tamayo, progenitor de Bruno, que estaba haciendo el asado. El viejo tenía unos sesenta años y era todo un personaje, se proclamaba “vanguardista pragmático” y realmente lo era. Recuerdo una vez que se propuso editar la obra inédita de Axel Blumberg que según él, de existir, podía llegar a reflejar la crisis burguesa del 2001. La cosa fue que me paré a su lado y mientras contemplaba las brasas ardientes prestándole humo a las carnes y achuras me contó su nueva idea de “salir a chupar pijas”. Yo le pregunté como era eso y me contestó: “Simple Emilio, salir a chupar pijas, así como suena. Un día salimos a la calle, nos rapamos onda Telerman y le chupamos la poronga al primer tipo o mina que pasé”. Me quedé ahí con él contemplando el asado y, aunque cada tanto sacaba el pito muerto y me lo apoyaba en la mano, la pasé muy bien en ese trance. Las jugosas gotas de grasa iban cayendo sobre el fueguito y hacían un ruido que me subía por la columna hasta llegar a la nuca, uno de esos escalofríos que nos satisfacen el alma. De a ratos la veía a la mina de las tetas que iba y venía, de mesa en mesa.
En una de esas la vi que se dirigía al baño y entonces me disculpé con Tamayo y me fui rápido hacia ahí, mirando de reojo a la mesa en la que estaba Diana. Abrí la puerta de prepo y entré desesperado, dispuesto a reproducir mis fantasías pero no me fue posible. Apenas me miró. La tipa lloraba desconsolada sobre el bidet y me enterneció. Las lágrimas le caían sobre los pechos, privilegiadas de conocer la región. La abracé y le pregunté que le andaba pasando y entonces me contó que estaba muy triste porque amaba a Bruno. Parece que admiraba sus cuentos y que se le había ocurrido infiltrarse como mesera en su fiesta de cumpleaños para poder conocerlo y no había contado con la presencia de Valeria, su esposa. Yo le dije que ya se le iba a pasar y que aparte, Bruno era un buen tipo pero estaba completamente loco, que tenía inclinaciones pedófilas y también le dije algo sobre su proyecto de montar una guerrilla en Puerto Madero. Para mi sorpresa, me dijo que ya sabía esas cosas y que justamente por cosas como esas lo amaba con locura, que era todo un Beat porteño y eso la sacudía de cariño. Siguió llorando y la dejé así durante algunos minutos. Sólo sus gemidos rebotando contra los azulejos del baño. De fondo se escuchaban apenas las voces de los comensales.
Entonces me di cuenta de que me había olvidado de tirar la cadena y surgió la idea del discurso que me mandé: “Escuchá, Bruno no es el único tipo en la tierra, no seas boluda. Con esos senos podes tenerlo todo. Si te sirve de algo, yo, recién me masturbé pensando en vos. Me imaginé que te hacía el culo y que te cagaba a palos. ¿No es hermoso saber que otro ser humano en la tierra piensa en vos? ¿No te parece que andas un poco confundida? Yo recién derrame mis vida por vos y vos llorando por Brunito. Date cuenta de que vales un montón. Date cuenta, no llores mi vida que me oscureces el corazón. Te lo pido por favor, puta hermosa. Puta de las lagrimas. Puta de las tetas, puta mía, puta inspiración, por favor te lo estoy pidiendo”.
Y al final ella me dijo que yo también era un beat y yo le dije que no, que a mi no me cabían las novelitas. Le dije que lo mío era la tala indiscriminada del bonsai y entonces abrí la puerta y me fui a comer el asado con Diana y Bruno y los demás.
Siguió sirviendo las mesas y cuando termino la comida se fue y nunca más la vi.

Monday, May 21, 2007

No soy poeta

No quiero las palabras
que se esperan de un poema,
prefiero encerrarlas en un corralito vacío

y que con esto se muera.

I


Vos estabas triste en el suelo, con la espalda en la pared y el cabello negro que caía largo y te cubría el rostro. Llevabas puesto un piyama rojo de dos piezas.
Yo me acerqué, te tomé de las manos y te incorporaste junto a mí. Vos estabas mareada y tenías el pelo revuelto y los ojos cerrados. Creo que no dijiste nada. Te abracé y sentí tu cuerpo reunirse con el mío. Sobre mi pecho disfruté el tuyo, amoldándose despacio.
Fue como viajar a otro planeta, a toda velocidad.

Monday, May 14, 2007

¡ Oh Frank ! ¡ Por supuesto que si !


"Hablar de música es como bailar arquitectura"

Saturday, May 05, 2007

Beat porteño


Jack Kerouac es un poeta beatnik y en está foto tiene una gorra muy graciosa y tiene los ojos cerrados y está sentado y se está fumando un cigarrillo. La poronga que escribí imita su estilo, la escritura automática. El resultado es "Beat porteño", un relato asqueroso y perverso que no recomiendo leer. Lo que si recomiendo es la lectura de Kerouac que escribió una novela genial como "On the road". Realmente es buena, claro que si.
La cabeza del hombre recostado en una esquina del vagón apenas se veía entre tantas cajas. Esa cabeza sucia de pelos pajosos y rostro disminuido por la prolongada barba negra que comenzaba en los pómulos, era lo primero que yo miraba con atención desde mi salida forzosa. Mi mujer me había echado de casa y entonces se me había ocurrido mandarme a mudar con lo puesto, es decir, un bolso con un poco de ropa, un libro de Kerouac y una pequeña almohada. Salí muy triste con las cosas a cuestas y como un autómata me tomé el 132 hasta Retiro. Llegué como a las cinco de la mañana y yo sabía que eso estaba muy bien porque había escuchado que masomenos a esa hora salían los trenes de carga hacia el norte del país. Después el hombre de la cabeza me contó que había tenido suerte (“sos un tipo con suerte” había dicho) porque esa clase de viajes se efectuaba cada tanto y justo mi mujer me había echado ese día y justo yo había tenido la idea de irme al norte para olvidarme de todas las cosas malas un día en el cual se transportaban mercaderías.
Con la ciudad a oscuras y mi mente oscilando entre el sufrimiento y la novedad de un porvenir plagado de incógnitas no había tenido tiempo de observar nada y fue recién cuando subí a uno de los vagones del tren que algo del mundo exterior como la cabeza supo captar mi interés. “Esa cabeza es fascinante” me dije y rato después entablamos una relación que vino a confirmar lo que la simple visión me había proporcionado previamente.
Aparté unas cajas, saqué la almohada del bolso y me recosté como para dormir, pero no pude hacerlo. La cabeza sucia, difícil de ver entre tantos bultos, me preguntó si tenía cigarrillos y no llegué responder porque se puso a cantar una canción que hablaba de las buenas elecciones y de cómo el hombre debe abandonar todo lo que sea dañino. Cuando terminó, yo le dije que me parecía muy buena la canción y el hombre me volvió a preguntar por los cigarrillos y volvió a suceder lo mismo: comenzó a entonar una música que decía que el cielo y el agua eran grandes amigos y entonces yo me quedé sin contestar, pero no me importaba porque estaba de acuerdo con todas esas cosas del agua y las nubes.
Luego el tren arrancó su marcha que fue en aumento y unas horas después estaba atravesando los campos a toda máquina y me resultó agradable pensar que yo estaba en ese tránsito. Me sentía un beat porteño, un Burroughs sudamericano, feliz, diciéndole adiós a la tristeza. Ibamos viajando sin problemas los dos: la cabeza y yo.
La cabeza siguió cantando por horas y fue de ese modo que se estableció la rutina. Yo escuchaba sus canciones y después le decía que me parecían muy buenas y entonces él me preguntaba algo que yo no alcanzaba a responder porque ya estaba cantando otra vez. En un momento empecé a sentirme molesto. “Este es un loco de mierda” murmuré, pero después me fui acostumbrando y tuve que rendirme a todas las cosas que cantaba porque eran realmente muy inteligentes y mágicamente parecían estar hablando de mí. Recuerdo una que decía que las mujeres son hermosas porque uno puede hacerles el amor y también recuerdo una que decía que las nubes eran semen de dios flotando y por sobre todas las cosas recuerdo una que decía que uno cuando está triste a veces llora y otras veces no.
La voz de la cabeza era como un serrucho viejo que aún podía cortar la madera con precisión, era genial. Sólo abandonó el canto a la hora de la siesta y ese fue el momento en que ambos dormimos. Soñé con un niño harapiento, con algunos dientes de menos y una remera de Boca Juniors. Cuando desperté la cabeza seguía ahí, en medio de todo ese quilombo y parecía estar dispuesta a escucharme, me observaba como esperando algo de mí. Entonces aproveché su inesperada disposición y le dije mi nombre, Bruno, y le conté lo de mi mujer y la idea de irme a vivir a Jujuy y fue ahí que me dijo lo de mi suerte y ambos nos reímos y noté que su dentadura era pésima. Después la cabeza volvió a cantar algo sobre la paz de los campos y eso estuvo realmente bien. Mientras escuchaba entreabrí la puerta del vagón y contemplé el verde de afuera mientras el viento me daba en la cara. Vi unas cuantas vacas hermosas. Vi los árboles juntos o separados. Vi plantaciones de girasoles. Vi hombres trabajando bajo el sol. Vi las alambradas, a veces sinuosas y otras veces sostenidas. Vi las casitas, los ranchos. Tenía al país ante mis ojos y la voz de la cabeza en mis oídos, diciendo cosas sobre el amor. Mierda, que eso era poesía.
Entonces cerré la puerta, derribé las cajas que nos separaban y me acosté al lado del vagabundo. Mientras él cantaba algo en referencia a la desaparición de las guerras empecé a besarle el cuello y no pareció molestarse. Supe explotar la oportunidad. Lo fui desnudando poco a poco y cuando todo estuvo listo saque mi pene.
Empezamos con el viejo y querido mete-saca. Le fui haciendo el culo de a poquito, se lo fui trabajando con la minuciosidad de un escultor. Tenía la cabeza del pene en el culo de la cabeza que con la boca cantaba mas fuerte que nunca.
Luego nos desvanecimos y ya era de noche. Dormimos.
Cuando desperté estaba en el sillón de casa. Valeria en la cocina, tarareando una melodía y al lado mío un pibe desnudo, con la cola llena de mierda.