Friday, December 22, 2006

El poeta belical


A fines del año pasado me encontraba tomando un café en el comedor de la facultad. El recreo de la clase de francés me había otorgado ese tiempo y decidí quitarme el sueño provocado por intrascendentes artículos de antropología con algo caliente que me despabilara las neuronas. Estaba pensando en cualquier cosa, cuando de improviso crucé mi mirada con la de un tipo que parecía estar a la búsqueda de alguien para charlar. Había en su actitud una ansiedad que lo denunciaba en sus intenciones de abordar al primer sujeto que lo mirara. Resultó que ese sujeto tuve que ser yo.
Con paso lento se acercó a mi mesa, agarró una silla que estaba por ahí y se sentó. Mientras yo observaba sus cincuenta años mal llevados y su pelo tan largo como sucio, me preguntó si podía leerme un poema de su autoría. No se me ocurrió decirle que no, así que asentí con la cabeza a su pedido. De lo garabateado en una hoja lisa tamaño A4 que aún conservo en algún rincón de mi casa, recitó lo siguiente:

Y regreso,
la consternación
la paciencia,
y vos...

amarga la boca
me empapa el sudor
gerreé siempre
hoy lloro para no lanzar un grito infrahumano ¡Emancipación!

“aún voy entero”
integra la voz,
¡me cago en mis cicatrices!
en un periódico (lejano); escucharé: ¡Liberación!

No quedará ¡ni un nazi!
La tierra ¡el mundo será pradera!
ya ves, estoy resucitando
la poesía me libera, me da (ánimo, equidad, amor)

me entrega la vida que anhelo
me entrega el rescate y la sal.
Esta vez no le des ternura a mi mal
Y leyendo poesía, y mirando, pongamosnos a mirar.

Después de esto, dio vuelta la hoja y prosiguió la lectura en voz alta:

Título: Meditación o Mirando seremos un punto en blanco o Mirando el testimonio en la pared
Sobre: cicatrices debido a la opreción del nazismo...
Sobrevivientes: ¡Presente!
Llevando la memoria al futuro lugar.
Fin de títulos y posdata.

Unos días después, impulsado no por la admiración, sino por mi ocio y la bizarrez del poeta, transcribí sus versos a mi computadora y es por eso que ahora puedo reproducirlos fielmente. En ese momento apenas pude escuchar lo que me decía, ya que su dicción no relucía demasiado y mi adormilamiento no había disminuido con el cafecito. Algunas de sus palabras me llegaban apenas y otras hacían pequeños espirales en mis orejas para luego salir despedidas como discos. Es por eso que cuando me pidió una opinión, sólo pude decirle que yo no tenía criterio, que no sabía demasiado de poesía, lo cual, por otro lado, no era del todo mentira. El poeta se mostró decepcionado ante mi respuesta y comenzó a contarme su vida, como si la biografía del autor pudiese arrojar luz sobre su propia producción poética. Claro que lo vivido puede explicar algunas cosas, pero en aquel entonces, lo que el poeta no sabía, era que yo no había escuchado una goma de lo que él me había leído. Sin embargo, aún puedo recordar su curriculum bélico: combatió en un país del continente africano, tuvo participación en el frente asiático y había militado en los setenta.
A esa altura, casi por asalto, yo comenzaba a estar más lucido y de algún modo, el poeta se estaba ganando mi atención con su monólogo implacable. Empezaba a caerme simpática la idea de un hombre curtido por el combate y que además volcaba su sensibilidad artística a los demás por el simple hecho de hacerlo. Escuchar al poeta - que dijo llamarse Ricardo – me hizo sentir buen tipo. Se me hacía la idea de que estaba pasando de la indiferencia mas egoísta a ser un buen escuchador de las heridas ajenas. Dos tipos con dos historias completamente diferentes estaban compartiendo un instante desinteresado y eso me hacía pensar que la situación era amena.
De pronto, observé en el reloj de la pared que el tiempo se había pasado y que la clase de francés ya había reiniciado hace unos cuantos minutos. El sentido de la culpa, que llamamos responsabilidad, me hizo terminar rápido el café, recoger las cosas y despedir con un apretón de manos al poeta. Fue en ese acto de saludo que mi concepción ingenua de lo hasta entonces sucedido chocó con la realidad. El rostro del poeta se transfiguró ante el apuro que demostré por retirarme. Mi partida echaba por la borda todo su trabajo fino y eso no podía ser así. Había llegado el momento del mangazo.
No sé quien se sintió mas ratón: si él pidiéndome guita por su poema de mierda o yo dándole cincuenta y cinco centavos mugrosos que tenía en el bolsillo. La cosa es que me entregó su poema fotocopiado y como comentario final me dijo que él siempre andaba por la facultad, que podíamos volver a encontrarnos. Esa fue la primera y última vez que lo vi al poeta.
Ese mismo día, unas horas más tarde, me encontré con un militante y le conté del poeta. El militante, con ese léxico tan específico, me dijo que me habían hecho un “embuste”. Pensé que era probable que el militante tuviera razón sobre el poeta. Unos días después, lo bauticé como el Poeta Belical.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

un buen mangazo retórico!

1:28 PM  
Blogger Emiliano Ruiz Díaz said...

Era hora de que alguien comente al poeta belical.

12:50 PM  

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