La mayoría mística
Los
expedicionarios llegaron a la pirámide justo cuando empezaban a sospechar que
nunca podrían encontrarla. No lo esperaban, pero a su alrededor miles de
serpientes grises colgaban de los árboles. Decidieron entonces acampar no muy
lejos de allí, para descansar, comer algo y pasar la noche mientras elaboraban algún
plan que les permitiera sortear la amenaza de esas inquietantes guardianas
enroscadas en las ramas de la frondosa vegetación.
A
la luz de un fuego improvisado con ramas secas del lugar discutieron las
opciones a seguir. Algunos decían que con la debida protección las podían
sortear sin serias dificultades, pero otros, la mayoría, sugerían que esas
serpientes eran más que simples criaturas de la selva, que estaban ahí para
llevar adelante una tarea asignada por algún ente superior, vinculado a la
civilización desaparecida que en otros tiempos había construido esa pirámide,
ahora cubierta de musgo y alimañas. El temor de la mayoría era tal que incluso
sin decirlo los más valientes empezaron a tomar en serio la posibilidad de que
las serpientes persiguieran propósitos graves de profanar. Finalmente todos convinieron
en irse a dormir y al otro día tomar una decisión, lejos de la sugestión colectiva
en la que habían caído.
A
la mañana siguiente, al despertarse, los menos supersticiosos advirtieron que
la “mayoría mística” –así la llamaron aquella vez– había emprendido un retorno
inconsulto. Luego de la desazón y algún insulto lanzado al aire, decidieron
llegar a la pirámide sin importar las serpientes y sus dioses. Levantaron el
campamento y comenzaron la marcha. Cuando estuvieron cerca afilaron sus machetes
y en medio de una torrencial lluvia prosiguieron su camino, atentos a cualquier tipo de ataque. Las
serpientes los observaron pasar, impávidas. Ellos suspiraron.
Cuando
vieron a los expedicionarios acercarse a la entrada se miraron entre sí y
empezaron a desenroscarse.
Los canales de agua que con la lluvia se formaban las llevaban más rápido hasta los hombres.
11-01-13
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