Tuesday, January 08, 2013

Las convicciones de Juan Román Riquelme*





*por Emiliano Ruiz Díaz

Juan Román Riquelme es un hombre que pide respeto, que reclama autonomía. En un mundo futbolístico dónde todo es show, publicidad, negocio y oportunismo, su concepción de las cosas, aún cuando pueda equivocarse, nunca es objeto de reflexión o un análisis detenido, sino más bien de reproche intempestivo, condena veloz y hasta veces insulto desproporcionado por parte de aquellos que quieren demonizarlo.
Juan Román Riquelme supo hacerle muecas públicas al neo-liberalismo, le negó el abrazo a sus amistades, no le dijo “te quiero” a los sicarios de la comunicación, fue insumiso en los pasillos de la institución boquense, no bajó la mirada frente algún directivo rosquero y fanfarrón. Los rótulos fabricados estuvieron entonces a la orden del día y los titulares de los noticieros: conflictivo, quilombero, camarillero, soberbio, etc. No faltó nunca el distraído que se hiciera eco de la trampa.
Juan Román Riquelme, el mejor jugador del fútbol argentino contemporáneo después de Lionel Messi es hace años sojuzgado por dirigencias ávidas de obediencia ciega, por periodistas que todo lo ponen en tela de juicio, que lloran por una libertad de empresa que confunden con libertad de expresión y que sin embargo no admiten la más mínima crítica por parte de un futbolista que cada tanto dice lo que considera oportuno, con un tono metido medio para adentro, cansino, de cierta ironía si hace falta. Cómo van a bancarse entonces que una ley democrática los desmonopolice, aunque sea en parte, sino son capaces de soportar los desaires de un muchacho que con cara de serio afirma estar feliz.
Juan Román Riquelme, pone por encima de todo a sus seres queridos, a su familia, a sus amigos, al hincha que con sinceridad le brinda su afecto. No pierde oportunidad de expresar cuáles son sus preferencias afectivas, no proporciona la demagogia ni el amarillismo que ansían las corporaciones comunicativas, los nacionalismos de bazar y el falso institucionalismo que se invoca por conveniencia. Hace algunos años, en Alemania, llegado el momento, no dijeron “ausente” los que le desearon el fracaso en momentos decisivos y luego le pidieron Patria. Se ofuscaron cuando se atrevió a ponera su gente querida antes que a sus argentinizantes detractores.
Juan Román Riquelme juega lindo, le gusta pensar en la cancha, está convencido de que el resultado depende de un buen pase, un planteo táctico inteligente, no duda en volver a empezar desde el fondo si eso impide regalar la posesión o un pelotazo a la nada misma. Los veloces, los que quieren todo ya, como en un local de comidas rápidas, lo tildan de lento, de tortuga y no reconocen en el enchastrado fútbol argentino actual la realización de ese pedido de vertiginosidad que tanto reclaman.
Juan Román Riquelme se enoja si le meten un dedo en el culo, no le gustan los atrevidos, tiene su orgullo, considera que lo que tiene se lo ha ganado y que nadie puede venir a ofenderlo con cualquier cosa. Es humilde con los compañeros, es altivo con lo compadritos. Si es necesario se toma un mate con gente buena, campechana, como Carlos Bianchi, el Virrey, quién lejos de sumarse a la oscura comparsa, se muestra comprensivo y sube la apuesta: “lo respeto cada día más a Román”. Juan Román Riquelme escucha su palabra, cómo no hacerlo, si además en su voz se expresa el deseo de millones de hinchas xeneizes por verlo otra vez los domingos y él lo sabe.
Juan Román Riquelme, sin embargo, lo ha dejado claro, se debe a su familia, a sus amigos, a sus convicciones, a su palabra. Podrá equivocarse, podrá quizás ser cautivo de su orgullo, podrá dejar con las ganas al pueblo boquense y a todos los amantes del buen fútbol. No obstante Juan Román Riquelme, en esencia, no faltó a lo que es, porque Juan Román Riquelme no es esclavo de nadie, porque no es representante político, porque no es nuestro empleado doméstico. Porque es apenas un gran jugador de fútbol que no se comporta como muchos otros y eso es lo que no le perdonan: que haya elegido, a riesgo de causar mucho enojo en mucha gente, ser Juan Román Riquelme, el mismo que un 10 de noviembre de 1996 debutó en Boca Juniors y se llevó ese mismo día la ovación de toda una hinchada que coreó su nombre emocionada, intuyendo que se venía con ese chico un futuro de pisadas, pases en profundidad, tiros libres al ángulo, pero también y por sobre todo, coherencia, convicciones.
Adentro y afuera de la cancha: Juan Román Riquelme, ejemplo para las multitudes bosteras y argentinas.

8-01-13

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Dentro de mucho, mucho tiempo, cuando los sucesos actuales sean leyenda, alguien recordará que un hombre, un simple jugador de fútbol, fue capaz de dar su palabra y cumplirla, aún contra sí mismo.

NESTOR DE ZAPALA

9:59 PM  

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