Un barquito de papel
Las
gentes y los perros están en sus casas. Cierran las persianas, entran la
ropa, guardan la bicicleta, tapan la pileta y un barquito de papel flota
sobre el agua que se acumuló en la esquina. Llueve como pocas veces: el viento
empuja los elementos ligeros de la naturaleza y el hombre, las nubes oscurecen. Y sin embargo todo
es tan espléndido. La nave de aluminio, que pudo ser también una pipa, se mece
inaprensible con las ondulaciones y si se la mira en cuclillas, de muy cerca,
con la tormenta desgreñando el pelo, es todo un mundo abstraído, un escenario
fascinante y autónomo. Hay olor a ese momento y la abuela en el zaguán
construye con sus manos una segunda fantasía para el nieto.
Las puertas de la casa están abiertas porque no se trata de un acecho sino de una oportunidad: para fabricar nuevas embarcaciones, para sentir esa vehemencia divina adueñarse de todo el barrio.
Las puertas de la casa están abiertas porque no se trata de un acecho sino de una oportunidad: para fabricar nuevas embarcaciones, para sentir esa vehemencia divina adueñarse de todo el barrio.
09-08-13
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