Tontolón
Tontolón –así le decían, así se hacía llamar- vino una tarde a casa a pedirme un vaso de agua y primero le dije que no. Se lo dije entreabriendo la puerta, lleno de susto y desconfianza. Todos en el barrio lo conocían por sus shows con fuego y kerosene en la plaza, pero era de esos artistas callejeros un tanto agresivos, poco arreglados, un tanto borrachines y boca sucia con las mujeres. Por eso, si bien lo conocía, no me pareció que fuera lo mejor hacerlo pasar para darle agua y me salió decirle que no, casi intuitivamente. Tontolón llevaba ese día una remera amarilla manchada que no llegaba a cubrirle la panza peluda y eso me generó mayores reparos aún, se notaba que no era un tipo normal y su sorpresiva presencia en la puerta de mi casa, siendo yo un niño y estando solo en mi casa era por lo menos amenazante.
Sin embargo, antes de que se fuera, quizás
sintiendo culpa por mis prejuicios, le propuse satisfacer su pedido con la
condición de que se alejara de la entrada y esperara en el cordón de la vereda
a que yo saliera y le llevara un vaso con agua. Tontolón dijo que le parecía
bien, pero en cuánto volví de la cocina con el vaso,
atropelladamente empujó la puerta que había quedado sin trabar y entró al comedor de casa. Yo caí al piso y
el vaso se deshizo en mil pedazos contra el suelo, derramando además el agua.
No sé porque, seguro por el susto, me quedé mudo, sin poder gritar ni nada
parecido. Tontolón estaba, sin ser invitado, en mi casa, ahí, todo gordo,
pelado, peludo, grandote, con su remera vieja toda manchada y unos pantalones
hippies que lo tornaban funambulesco. Me miró un rato, con una mueca parecida a
una sonrisa y luego paseó su vista por todo el lugar. Parecía absorto en
pensamientos ajenos a la situación, miraba todo pero parecía pensar en
cualquier otra cosa, se lo notaba extraviado.
Cuando me levanté del suelo me hizo una seña
con la mano, como para que me quedara allí y al rato volvió de la cocina con un
trapo de piso, un balde rojo, un secador, una escoba y una palita. Tontolón
juntó algunos fragmentos de vidrio con sus manos y luego con la ayuda de la
escoba y la palita completó el trabajo. Por mi parte me dediqué a secar el
suelo con el trapo que luego escurrí en el balde. Llevamos todo a la cocina y
él se sentó en una de las sillas junto a la mesa del desayuno. Agarré un vaso
de los largos y le serví agua de la canilla. Dijo gracias y se tragó el agua
con la misma desesperación de quién recorre un desierto durante días sin beber
ningún tipo de líquido y por fin halla un oasis. El agua se le escapaba por los
costados y le mojaba la remera amarilla. Las manchas que tenía parecían de
sangre o algo similar, noté.
Luego de eso Tontolón se levantó de su asiento,
apoyó el vaso sobre la mesa y sin decir nada me tomó de la mano, a lo cual
accedí sin resistencia, y me llevó a mi pieza. Me pidió que me quitara las
zapatillas y que me acostara en mi cama. Hice lo que me pidió. Agarró unas
mantas sucias que estaban apoyadas en la parte superior de mi placard y me
tapó. Se sentó al borde de la cama y con sus manos callosas cerró mis parpados.
Sin taparse se acostó a mi lado. Durmió una siesta durante unos quince minutos
en total silencio, apenas profiriendo algún leve resoplido que pude oír
solamente por estar a su lado. Durante ese lapso no hice más que quedarme quieto
en mi lugar, paralizado por una especie de angustia extraña, inexplicable, de
la cual parecía imposible escapar. Tontolón, el artista gordo, pelado y lumpen
había ocupado mi casa y ahora dormitaba a mi lado, ante lo cual no parecía
quedar otra que rechinar los dientes y esperar a que todo finalizara pronto.
Sabía además que mis abuelos no vendrían a casa hasta la hora de la cena porque
se habían ido al club de jubilados a pasar el domingo.
De pronto, al despertar de su breve sueño,
Tontolón volvió a mirarlo todo, haciendo varios giros de nuca, como
reconociendo repetidas veces el terreno para estar seguro de su ubicación física
en ese momento. Estiró los brazos, bostezó exageradamente y me susurró al oído
un secreto irreproducible, lleno de revelaciones vitales. Me besó en la frente, se puso de pie y se retiró de
mi casa. Unos segundos después fui corriendo hasta la puerta para verlo
alejarse. Daba pasos tranquilos, con las manos en los bolsillos de su pantalón
hippie.
Empezaba a caer el sol y con este la tarde. Volví a casa y me puse a dibujar con lápices de colores las cosas que uno dibuja a esa edad. Por ejemplo, payasos.
Empezaba a caer el sol y con este la tarde. Volví a casa y me puse a dibujar con lápices de colores las cosas que uno dibuja a esa edad. Por ejemplo, payasos.
27-04-12
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