Tuesday, March 20, 2012

El monte


César se adentraba en el monte y yo lo seguía. Con el machete iba despejando el camino. Cuando avistaba algún quebracho bueno encendía la motosierra y lo cortaba por la base para que cayera manso. Le pregunté si los íbamos a llevar para el rancho y me dijo que otro día, que ahora los dejábamos ahí para que se vayan juntando. Cuándo nos alejábamos en busca de otra madera, las vacas se apresuraban por comer de las frescas copas de los árboles caídos. Por entre los duros ramajes enmarañados se colaban haces de luz solar mientras yo me preguntaba como haría César para recordar el lugar exacto de cada quebracho derrumbado. Eran para la futura casa, pues el ranchito que había construido su padre Amadeo estaba, según me contaba César, bastante venido a menos después de tantos años. Buscaba además, eso me dio a entender, algo de intimidad para él, Griselda y su hija.


Luego de un tiempo nos volvimos en la moto, rumbeando de nuevo para el rancho. En silencio hicimos el camino de tierra, atravesando el monte profundo, misterioso y encantador, lleno de luces, quebrachales, senderos entrecortados y vizcacheras ocultas en la tierra. Al llegar nos esperaba Amadeo, sentado y calentando la pava en ese brasero al ras del suelo que servía para el mate, pero también para aguantar el frío de las mañanas y las noches, y no sólo para los hombres, sino también para los perros y gatos que pululaban por todas partes.



20-03-12

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