Friday, February 03, 2012

De salón



Me quité los zapatos en la sala de recepción y los apoyé a un costado, sobre un relieve de otros tantos calzados acumulándose. Por la cantidad de gente y la presencia notoria de vestimentas entre los asistentes advertí temprana mi llegada. Había algunas parejas entablando conversación en las mesas, grupos pequeños susurrando en los sillones, algunos hombres sueltos bebiendo una copa cerca de la barra, las gradas desocupadas, no mucho más.


Crucé el salón y asomé la vista en una de las habitaciones. En la penumbra, la vi sentada al borde de una de las camas. Presentí el destino. Intercambiamos algunas palabras amables con el rumor de fondo, el frenesí de las primeras risas de la noche. Cuando arribó el silencio, antes de retirarme la besé en la frente y ella sonrió. Al volver al salón noté hombros desnudos, el ruido saturante de todo lo que se movía y vociferaba. A cada uno de los lados del lugar, sobre las gradas enfrentadas, empezaban a sentarse varios. Bajando la mirada busqué ser inadvertido por algunos rostros de otras veces y a paso lento subí por las escaleras de mármol, pensando en el acto que vendría. Abrí las puertas de un viejo armario de chapas y saqué las alas. Estaban un poco gastadas pero aún eran útiles. Me asomé a la baranda y no hizo falta llamarles la atención, de boca en boca el salón entero me vio allí arriba. Tomé impulso y me eché a planear agitando apenas las alas para no perder altura. La gente se reía y los más nuevos aplaudieron. A la segunda vez, antes de lanzarme, vi los primeros cuerpos desprotegidos acercándose.


Al terminar los vuelos las habitaciones comenzaron a ocuparse, algunos entraban de a tres, otros de a cinco, otros juntados eran difíciles de numerar.


Un tanto agotado, guarde las alas en el armario y baje a tomar algo. En el salón quedaban pocos y había copas rotas en el suelo. Algunos se devoraban en los sillones. Me senté en la barra y sequé algunas gotas que salían de mi frente con una servilleta de papel. Prendí un cigarrillo. Pedí algo para tomar. Me estaba aburriendo de toda esa rutina. Cuando estuve lo suficientemente ebrio fui a recostarme sobre el montículo de zapatos en la recepción, que ahora parecía una montaña. Soñé con el fin del mundo, todo se inundaba.


Se puede afirmar que me despertó el silencio. Aunque a decir verdad un taco de aguja atravesado en mi espalda se había tornado incómodo. Todos dormían. Las mujeres desnudas en las gradas del salón no eran mi destino. Algunas roncaban más que los hombres. Recorrí a tientas varias habitaciones hasta que me pareció verla en una de las camas, dormida y abrazando a un hombre muy peludo. Le sugerí al oído un mensaje melancólico y abrió sus ojos y me trajo para sí. Empujo al peludo que ni se perturbó y completamente en cueros apoyo su sexo sobre el mío. No era ella, pero ya estábamos en cosa seria y buscaba que yo sacara. En ese instante, en el umbral de la puerta apareció y como para que ambos escucháramos dijo en voz alta lo que era cierto, que yo la había buscado pero que me conformé con la primera que se le pareciese.


Sentí culpa y abandonando a la impostora me incorporé para disculparme. Ella me dijo que fueramos a tomar unas copas y yo dije que sí.


03-02-12

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